El mismo día de 2002, dos diarios madrileños llevaban en portada dos mujeres con la cabeza cubierta: una musulmana nigeriana amenazada de lapidación y una monja salvadoreña junto a un obispo asesinado; dos años más tarde, de nuevo coincidían en presentar a una musulmana acongojada y a otras monjas-coraje, perseguidas por su denuncia del tráfico de órganos en África. ¿Qué separa el velo islámico y la toca católica? El occidental que se escandaliza por el burka, ¿prefiere la virgen blanca de Orlan? No es fácil saber si podemos imponer a otros nuestra propia desacralización —y así el permiso de conducir croata que respeta el burka—, por más que las antenas parabólicas introduzcan por doquier los patrones simbólicos de Occidente, destruyendo las certidumbres de la sociedad tradicional pero también colaborando a demoler las cárceles físicas y jurídicas de la mujer musulmana, y levantando los velos como en el Kabul posterior a la caída talibán. Un fotógrafo del National Geographic buscó entonces a la muchacha afgana que en 1984 había resumido la pureza exacta y la belleza deslumbrante del país, y en el tránsito entre los dos rostros se compendia algo más que una biografía individual: la historia quieta de la mujer musulmana nos contempla desde el dolor detenido de esas pupilas verdes...[+]