Luis Fernández-Galiano, Croquis de diagramación del libro La belleza común, 1990

El proyecto AV/Arquitectura Viva cumple cuatro décadas en 2024, y este aniversario ha sugerido repasar nuestra trayectoria usando como hilo conductor mi última lección en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde intenté explicar en qué medida el pensamiento visual ha sido importante en mi trabajo docente y editorial, dos formas de comunicación de la arquitectura que se complementan y enredan hasta hacerse una sola. Este mirar atrás es también un mirar detrás, porque junto al recorrido cronológico por las distintas etapas de las revistas durante estos cuarenta años procuro comentar también los procesos de preparación de publicaciones o conferencias, describiendo las herramientas gráficas y los esfuerzos de orden geométrico que conducen al resultado definitivo. Si el Museo del Prado expone estos días el reverso de los cuadros para aproximarnos íntimamente a su condición material y a las huellas que ha dejado el tiempo, aquí invitamos a visitar la trastienda de la edición, la cocina donde se preparan textos e imágenes, con la esperanza de que mostrar lo que se oculta tras las bambalinas explique mejor nuestra historia y nuestro propósito.

Las revistas se iniciaron en los años ochenta, pero si la mirada retrospectiva se hubiera remontado a la biografía de quien ha estado a su frente, durante las tres décadas anteriores se habría encontrado con el encantamiento visual que quizá resume la alterada cita evangélica: «En el principio era la imagen». En los cincuenta fueron los dibujos animados y los tebeos, alguno de los cuales incorporaba incluso, en el interior de la cartulina de cubierta, un curso sobre el dibujo de cómics, donde mi generación aprendió los rudimentos del encuadre o el plano; en los sesenta, la disciplina de la línea clara en la representación de la figura o del carboncillo para modelar la volumetría de la estatua, con las distintas técnicas para pintar al aire libre y en estudio; y en los setenta, los ejercicios de proyectos redactados en forma de historietas y la edición de libros ilustrados anglosajones que nos enseñaron la importancia del spread. En el niño, el adolescente y el joven se modela la retina del adulto, y se crean los hábitos visuales que algunos denominarán estilo y otros entenderán como rutinas testarudas que encorsetan la imaginación con sus pautas inmóviles.

Desde luego, la mirada al reverso de las revistas o las clases da muchos motivos para confirmar ese juicio displicente, porque la obsesión maniática con la continuidad del orden arbitrario se manifiesta en casi cualquier cosa, desde la red geométrica de las publicaciones que se editan o la orquestación modular de las imágenes que se proyectan hasta la organización regular de los índices o la homogeneización silábica de los títulos: es esta una enfermedad voluntaria, que quiere justificarse con la disciplina métrica de la poesía o la arquitectura clásicas, pero que llega al extremo de haber mantenido durante cuatro décadas una malla en tela escocesa de 13 y 4 mm, con cuyos más frecuentes módulos de 30, 47, 64, 98 y 200 mm debe familiarizarse quien diagrame una de nuestras páginas. No sé si el rigor puede devenir rigor mortis, aunque quizá esta obstinación en mantener un ritmo musical entre en sintonía con el ritmo esencialmente orgánico de los latidos o de los pasos, y el sometimiento alegre al metrónomo no sea la restricción ominosa de la camisa de fuerza, sino el eco en el papel de la vida que palpita en la palabra o la imagen, en la voz o en el ojo.

Vik Muniz, Verso (Las meninas), 2018


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