El museo como espacio del cuerpo gravita gradualmente del escándalo de la religión a la religión del escándalo. Si el Cristo yerto de Holbein se banaliza en el contexto confortable del museo de Basilea fotografiado por Candida Höfer, la instalación de Zoe Leonard contraponiendo la sexualidad femenina a los retratos de época o la de Gregor Zivic relacionando la pintura con la moda proponen el uso de la exhibición como manifiesto abrasivo. El anuncio de Sahzá sugiere la ropa con la etiqueta, advirtiendo que consumimos marcas más bien que prendas, y las fotografías de Fran Herbello extienden el argumento con violencia: la marca cosida a la piel y el cuerpo suspendido de la percha hacen visible la servidumbre masoquista a la disciplina estricta de la moda. La línea tatuada sobre espaldas remuneradas y la figura encapuchada con una bolsa de marca describen dos formas de sometimiento: cuando esa subordinación a la firma del artista o la firma de moda se imprime en la piel, esa marca deviene señal de identidad vicaria, y al cabo se confunde con la más trivial utilización publicitaria del cuerpo. Y el rostro ornamentado con una algarabía de ideogramas es el anverso locuaz de la nuca lacónica con código de barras: si el sujeto es objeto de consumo, entonces la piel es sólo un soporte de logos...[+]