Es trivial afirmar que los medios de comunicación fabrican la conciencia. No lo es subrayar que, si bien esta circunstancia propicia el control político de la opinión y aun la manipulación totalitaria de las mentes, no es posible construir la conciencia sin el concurso de la comunicación. Sólo llegamos a conocer en el mutuo intercambio de palabras e imágenes, y sólo llegamos a ser en el comercio del lenguaje. Por ello, la habitual demonización de los medios, que en la cultura de masas simplifican y trivializan los asuntos persiguiendo el refrendo de las audiencias, debería ser reemplazada por una lectura atenta de sus contenidos que permita descodificar sus mensajes, facilitando el examen crítico de un metalenguaje que puede ser tanto instrumento de conformidad homogénea como herramienta de inquietud subversiva. Entender el idioma de los medios no exige una piedra Rosetta, pero ayuda disponer del mismo suceso en diferentes soportes, porque entonces el análisis comparativo puede aplicarse como Champollion a los textos paralelos en caracteres distintos: los hechos relatados devienen prescindibles, y son entonces las coincidencias, discrepancias, repeticiones o ausencias las claves que descifran el lenguaje. Así se ha operado aquí con la materia prima de periódicos o revistas recientes, trinchados por sus coyunturas con más ánimo anatómico que alimenticio...[+]