Opinión 

La cabaña mutante


Christian Kerez, capilla en las montañas de Oberrealta, 1992

El refugio de Caspar David Friedrich resume, en su geometría nevada, la sombrilla y la manta de Goya: arquitecturas textiles del confort térmico en contraste con la burbuja radiante de la hoguera. Cabaña y fogata pertenecen a la infancia de la arquitectura, apocopando en sus orígenes míticos la materia y la energía de la construcción. La materia se transforma en energía mediante la combustión, pero también a través de la alimentación: la casa de Hansel y Gretel es comestible, como lo son las de los campesinos rusos que alimentan con ellas el ganado durante las hambrunas. La nostalgia de la casa elemental la expresó Rossi en los dibujos de casetas de playa, y está también presente en la capilla de Christian Kerez o en el proyecto doméstico de Hreinn Fridfinnsson. Pero una cabaña tan espartana como la que usó Unabomber en los bosques de Montana y fotografió Richard Barnes en un almacén de San Francisco puede ser también remolcada a un tribunal como prueba de demencia. Algo bien ajeno al austero laconismo de la casa de Zachary, o a la poesía antropomórfica e ingrávida de la casa Rudin, una declaración de fe en los principios de las cosas (fundamentos y comienzos al tiempo) que sólo puede contraponerse festivamente con la casa involuntariamente deconstruida por Buster Keaton...[+]


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