La ciudad de Frans Masereel: un ‘beatus ille’ macabro
En la Babilonia moderna
Símbolo a partes iguales de la utopía y la opresión, la ciudad es uno de los grandes temas modernos. Lo es, al menos, desde que literatos como Baudelaire o Poe comenzasen a mirar las urbes con intención estética, abriendo el camino a la miríada de artistas que después encontraron en ellas el material inacabable de sus ficciones. Entre los creadores fascinados por la ciudad, el belga Frans Masereel (Blankkenberge, 1889-Aviñón, 1972) ocupa un lugar incómodo. Admirado por sus contemporáneos —que valoraban sus libros como un testimonio veraz de aquellos volátiles años— y cercano tanto por sus intereses como por su estilo al grupo expresionista —que lo consideraba uno de los suyos—, Masereel nunca militó en ninguna vanguardia. Con insobornable independencia, prefirió continuar como caricaturista político de oscuros periódicos de París o Ginebra con una determinación que, a la postre, le acabaría desterrando de las historias del arte. La recuperación de su obra ha sido, pues, tardía, y no ha venido de la mano de los profesores, sino de los dibujantes de historietas, que han sabido encontrar en sus sórdidos relatos en blanco y negro un antecedente subterráneo y genial del género, tan apreciado hoy, de la novela gráfica...