Opinión 

Guggenheim Bilbao


Este museo está hecho con tinta y con titanio. En su remolino rizado confluyen ríos rumorosos de algarabías mediáticas, y su oleaje metálico bate y confunde las aguas de la polémica. Gehry, Guggenheim, Guernica: la última obra de un gran arquitecto californiano, la primera gran sucursal de un museo neoyorquino y el viaje incierto de un lienzo tan grande como mítico. Las tres cuestiones se enredan a la orilla de la ría de Bilbao, alrededor de las formas agitadas de una construcción que es a la vez una escultura habitable, una franquicia cultural y un exorcismo político.

Como arquitectura escultórica, la obra de Gehry es magistral en su inserción urbana, admirable en su modelado plástico e irreprochable en su realización. La apropiación del lugar es tan rotunda que ya no se concibe allí solución alternativa alguna; sus volúmenes tormentosos y los interiores expresionistas son tan inesperados y emotivos que capturan la voluntad del espectador; y la proeza técnica y organizativa de su construcción impresiona a cualquiera. Es la mejor obra madura del arquitecto, y una representación ejemplar de las escenografías del arte en la sociedad del espectáculo.

Como museo de franquicia, el Guggenheim es un experimento cultural insólito, basado en un acuerdo deplorable, y del que se esperan unos frutos económicos equívocos. El que el mayor esfuerzo español en el terreno de las artes sea la sucursal de un museo americano resulta casi grotesco; el acuerdo es tan desventajoso para los vascos que sólo puede entenderse como producto de la precipitación y la ignorancia; y los beneficios provenientes de la captación de inversiones y turismo dependen tanto de la estabilidad política vasca que difícilmente pueden contabilizarse.

Como gesto de exorcismo, la insistencia en desplazar el Guernica subraya la indefinición de los objetivos artísticos, manifiesta la confusión de los políticos y evidencia el carácter sagrado y totémico del empeño. La demanda reiterada del lienzo de Picasso oculta la vacuidad del proyecto museístico; pone al descubierto la demagogia de los que interpretan la historia desde el prisma mezquino de la toponimia; y arroja luz sobre la condición precozmente mítica del museo, que necesita consagrarse como lugar de culto albergando una reliquia que congregue y redima al pueblo fiel.

Escultura, franquicia y exorcismo, esta erupción alegre es un signo de crisis y esperanza, que brota junto a un puente con ímpetu floral y alarga al agua tirabuzones de titanio. Haciendo lo que sabe, Gehry ha entrado en sintonía tímida y tirante con una tierra o un tiempo desdichados: sus formas explosivas expresan a la vez la violencia y la vida, tiritando en la tiniebla tibia de un país que perece y resucita. Más titán que Titanic, este coloso sobrio rechaza la fortuna del navío, y titubea incierto bajo la luna vieja de Bilbao, acuñada en titanio sobre un cielo de tinta.


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