La representación del globo terrestre desde el espacio nos ha otorgado una aguda percepción de nuestra solidaridad esencial como pasajeros de un pequeño planeta azul perdido en el cosmos; y la visión nocturna de la Tierra, con las zonas urbanas violentamente iluminadas, una clara conciencia del impacto ambiental de nuestra actual forma de vida, que está conduciendo al anunciado ocaso de los combustibles fósiles. El consumo compulsivo del planeta no afecta sólo a los recursos energéticos; incide crecientemente sobre el territorio, que tras la explosión urbana está experimentando en muchas áreas una colmatación de construcción dispersa que escombra el paisaje con la basura visual de metástasis informes similares en su estructura triturada a los vertederos que infectan las periferias; pero poco puede sorprender cuando hasta el espacio exterior está hacinado de chatarra en órbita, con miles de objetos residuales que se concentran en las capas más próximas y en el anillo de satélites geosincrónicos. Ignorando la crisis ecológica, nuestra especie oscila entre la geografía agresiva del imperio y el terror planetario de los resistentes fundamentalistas: desearíamos que el globo estuviera en manos de un viejo sabio, pero lo más probable es que se halle a merced de sátrapas visionarios o genocidas...[+]