Formas en familia
Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón son hombres de familia. Formados en el estudio familiar de Rafael Moneo, iniciaron en 1992 el suyo con la misma atmósfera doméstica, y durante dos décadas han gestado una familia de formas arquitectónicas tan consistente y tupidamente entrelazada como sus propias relaciones familiares, tejiendo la vida profesional y personal con las mismas hebras de continuidad y compromiso. Desde la pieza inicial e iniciática de Zamora, los arquitectos emprendieron un camino en el que no ha habido ni prisa ni pausa, a través de un paisaje recorrido por senderos que se bifurcan, por el que han transitado en itinerarios de ida y vuelta —emblemáticamente abreviados en la singular estela votiva celtibérica expuesta en su primer museo, con las huellas opuestas de los pies en la piedra— que marcan su territorio arquitectónico con una red de vínculos formales, generando familias de proyectos donde cada uno surge evolutivamente del anterior.
En este laberinto de intenciones hay trayectos donde la frecuentación asidua marca mejor la ruta, señalando con mayor claridad los lazos de filiación. Así la senda que desde el prisma de Zamora lleva a León y Castellón, con un componente patrimonial que se acentúa en El Águila, Colecciones Reales, Barrié de la Maza o Atrio, donde el clasicismo en sordina de las celosías geométricas cose lo nuevo y lo existente; así también en la malla crecedera del MUSAC, que se encresta en Cantabria y Algeciras para fragmentarse con inteligencia estratégica en Toledo, descompuesto con reglas como la cúpula de Soria; así igualmente en la agregación celular de Lalín, que se enmarca en Helga de Alvear para encerrarse en planta o alzado en los hitos monumentales del Museo de la Automoción y el CICCM; y así por último en el camino de signos iniciado festivamente en la X turolense, y que a través de los Sanfermines estrellados lleva a la remota casa de Nanjing.
A los arquitectos les gusta cartografiar su producción formal con diagramas evolutivos similares a los árboles taxonómicos que ilustran las tesis darwinianas, empleados con frecuencia para documentar la transformación de los utensilios o las arquitecturas, en la tradición del Focillon de La vida de las formas o el Kubler de La forma del tiempo. Estas herramientas analíticas sirven para presentar en una secuencia temporal las colecciones de objetos producidos por la actividad proyectual de sus autores, y establecer entre los edificios relaciones generativas que exceden de la simple semejanza, porque sugieren un proceso acumulativo de aprendizaje que permite trasladar experiencias adaptándolas a nuevos contextos y programas. El resultado de todo ello es una explosión alegre de organismos arquitectónicos que se multiplican para ocupar nuevos nichos intelectuales y emotivos: exhibiendo la riqueza de su biodiversidad, pero sin renunciar a sus vínculos familiares.