El sueño de la utopía se enreda con la sombra del apocalipsis. Al llegar a este punto de nuestro trayecto, alcanzando el número 250, hemos querido arrojar la luz de las utopías útiles sobre un paisaje oscurecido por el declive económico, las amenazas epidémicas y la devastación de la guerra, y todo ello en el marco de la emergencia climática. El componente onírico de las utopías puede sin embargo engendrar monstruos, y aquí hemos añadido el adjetivo ‘útiles’ para acercarlas al dominio de lo cotidiano y procurar que la razón permanezca despierta. A lo largo de la historia, muchos proyectos de comunidades ideales dieron como resultado pesadillas totalitarias, y de hecho muchas ficciones distópicas surgen del desengaño o la frustración con utopías sociales, sea el Brave New World de Aldous Huxley o el 1984 de George Orwell, dos distopías de 1932 y 1949 que denuncian el capitalismo industrial, el comunismo y el fascismo, o el Nosotros del escritor ruso Yevgueni Zamiatin, una novela publicada en 1924 que inspiró a ambos con su retrato de una sociedad futura sometida enteramente al Estado.
En nuestro tiempo, tanto los libros como las películas compiten en presentar narraciones posapocalípticas, donde las distopías tecnototalitarias de la Metrópolis de Fritz Lang y Thea von Harbou, la Alphaville de Jean-Luc Godard o la Fahrenheit 451 de Ray Bradbury han dado paso al caos violento de la desorganización posterior a la catástrofe, donde ya no existe la autoridad del Gran Bienhechor de Nosotros o el Gran Hermano de 1984. El mundo ceniciento, peligroso y desolado de La carretera, la novela de Cormac McCarthy que se llevó a la pantalla en 2009, marca la temperatura gélida de estas representaciones de la Tierra devastada; y la parálisis impotente de los personajes de Melancolía, la película de 2011 en la que Lars von Trier narra la espera angustiosa del impacto en el planeta de un cuerpo celeste, sirve de metáfora de nuestra incapacidad de evitar el colapso. Posapocalípticos o preapocalípticos, estos relatos han hecho más fácil imaginar el fin del mundo, y los que los anglosajones llaman doomers colonizan la literatura y el cine, pero también el teatro, las artes e incluso los videojuegos.
Ante tanta tiniebla, en Arquitectura Viva 237 reseñamos volúmenes discrepantes —‘Contra el apocalipsis’, un texto incluido también en La edad del descontento — y ahora exploramos esas ‘utopías útiles’ con un artículo sobre la ciudad ideal que no olvida la amenaza de Babilonia; una presentación de las hermandades de artistas que subraya su pertinencia contemporánea; un ensayo que busca cimentar alternativas domésticas en lo común; y un prólogo que presenta la tesis de un siglo XX largo durante el cual la humanidad ha buscado su utopía en la libertad y en la prosperidad. Este zoom histórico se complementa con ocho textos de maestros que respondieron a la pregunta de qué arquitectura debe promoverse en el actual contexto de crisis, y con una conferencia que usa el estilo tardío de escritores y artistas para sugerir las tareas que reclaman los desafíos actuales del patrimonio, el paisaje y el planeta. El colofón de este número reproduce, tomando el modelo del juramento hipocrático, un posible código vitruviano que resume las obligaciones éticas de la arquitectura ante el sueño de la utopía y la sombra del apocalipsis.