La variedad más frecuente de la ficción residencial es el simulacro clasicista. El ejemplo madrileño es pedagógico, ya que el contraste entre la elegancia anoréxica de la estructura y la solemnidad bulímica de los órdenes prefabricados se reproduce en los carteles, que oponen la sobriedad del logo cartesiano y axonométrico del constructor con la retórica representativa del promotor: la lógica abstracta de la producción y la lógica figurativa de la seducción se ilustran en el conflicto casi cómico entre dos rostros que dibujan una arquitectura no tanto bifronte como esquizofrénica. Del clasicismo neovernáculo de Celebration, la ciudad modelo de Disney en Florida, a los delirios del Xanadú construido en California por Julia Morgan para la amante de Hearst, Marion Davies, la mansión estilo Tara levantada en Santiago para Anita Alvarado, la geisha chilena, o la réplica de la Casa Blanca (despacho oval incluido) promovida en Hangzhou por un nuevo rico chino, Huang Quiaoling, se transita sin solución de continuidad. La mesocracia y el dinero reciente aspiran a idéntico reconocimiento, aquél que otorgan los facsímiles del clasicismo doméstico: el mismo estilo conformista y confortable que construye los interiores de las ‘ricas y famosas’mexicanas o el propio Príncipe de Asturias...[+]