Como cabaña primitiva de la modernidad industrial, el contenedor reúne los dos mitos fundacionales del funcionalismo: la estandarización y la movilidad. Tras la algarabía polícroma de los apilamientos, las dimensiones normalizadas y la producción en fábrica materializan viejos sueños arquitectónicos de repetición y eficacia, que unidos a la extrema abstracción de la geometría modular redimen al alojamiento de la figuración tradicional que lastra las viviendas transportables del pionero Voisin o los house removers australianos. Objeto artístico para Matta-Clark, y referente de moda para el estudio de diseño en Tokio, el contenedor sirve también como recurso expeditivo para la construcción de poblados instantáneos como el Campo Delta de Guantánamo. Refugio de la marginalidad urbana —y en ocasiones escenario de la reconstrucción de la autoestima que Aki Kaurismaki retrata en Un hombre sin pasado—, el contenedor sólo se hace casa cuando se protege del clima con la sombrilla o paraguas de la cubierta inclinada. Pero el techo sobre la cabeza no nos rescata de la servidumbre penitenciaria de los barracones-jaula para monos-cobaya en Yunan, o del zoo humano imaginado por Zhan Huan: dos rostros ominosos del sometimiento de lo orgánico a la normalización panóptica...[+]