El año 2021 se inicia con tres cisnes negros, que han sonado como golpes de timbal tras la tregua navideña: el asalto al Congreso de los Estados Unidos por una multitud partidaria del aún presidente Trump, la histórica nevada que ha paralizado España y el súbito repunte de la tercera ola de la pandemia vírica. Esta irrupción del azar desdibuja sin embargo su necesidad: el ascenso del populismo en el mundo, la multiplicación de fenómenos climáticos extremos y la dificultad de hacer compatibles globalización y libertad con el control de las epidemas son rasgos característicos de nuestro tiempo, por lo que nuestros cisnes negros quizá fueran tan predecibles como los blancos. La crisis política, la crisis climática y la crisis sanitaria se superponen y entran en resonancia, dibujando en el horizonte la amenaza de la crisis social que hoy se gesta en el vientre de la desigualdad, la desconfianza y la desinformación, y que sólo se contendrá con una economía más justa, unas instituciones más fuertes y una comunicación más vigorosa.
Para los cinéfilos el cisne negro evoca a la actriz Natalie Portman bailando ballet en Nueva York, sufriendo las exigencias de su entorno y confundiendo al cabo realidad y ficción; pero para los analistas, el cisne negro es la metáfora usada por el filósofo y matemático Nassim Taleb para referirse a los sucesos altamente improbables, que impactan sobre el mundo desmintiendo las predicciones de los expertos, especialistas sólo en confundir como Portman realidad y ficción, porque lo imprevisible y el azar son a fin de cuentas más decisivos que las previsiones o los pronósticos: un escepticismo epistemológico que rehúsa extrapolar racionalmente el pasado para imaginar el futuro, y que otorga un papel esencial a lo aleatorio, acaso como el Harold Macmillan que, interrogado acerca del problema más preocupante al que como Primer Ministro británico debía enfrentarse, respondió famosamente ‘Events, my dear boy, events’.
Frente a los acontecimientos de enero, cisnes negros que acaso sean únicamente cisnes blancos que se arrogan una excepcionalidad inexistente, cabe reconciliar el azar y la necesidad aceptando que nuestras vidas frágiles están siempre expuestas al trastorno imprevisto y a la vez esforzándonos en controlar nuestra existencia personal y colectiva con la ayuda del pensamiento racional. La ciencia nos ha dado las vacunas frente a la covid-19, el conocimiento nos advierte de los riesgos del cambio climático y la inteligencia nos anima a reforzar las instituciones frente al irracionalismo emotivo del populismo. El veintiuno contenido en las cifras del año que comienza se asocia inevitablemente al azar, al ser éste un juego de naipes ya conocido en tiempos de Cervantes, por más que ahora se denomine blackjack, y ser también veintiuno el número de puntos en un dado común: pero la pasión por la suerte que alimenta loterías, timbas y casinos no puede prevalecer sobre la necesidad imperiosa de la razón y lo razonable.
En los primeros compases de enero, una gran borrasca cubrió de nieve las calles de Madrid, mientras el mundo asistía atónito a la invasión del Congreso de los Estados Unidos por una turba amotinada y desafiante.