El filósofo irlandés Edmund Burke interpretó el espíritu de Inglaterra en el siglo XVIII, y el arquitecto irlandés Níall McLaughlin ha hecho lo propio en el siglo XXI. Nacido en Ginebra en 1962, educado en el University College de Dublín y con oficina en Londres desde 1990, su búsqueda de lo intemporal a través de la adaptación al contexto y la perfección material le ha hecho el favorito de los colleges de Oxford y Cambridge, universidades donde ha desarrollado hasta una quincena de proyectos. El liberalismo whig de Burke celebraba la continuidad de los hábitos frente a las rupturas revolucionarias, y su defensa de «las opiniones comunes, los afectos comunes y los intereses comunes» se ilustra admirablemente con un conjunto de edificios que se integran en campus históricos persiguiendo la excelencia moderna sin dejar de rendir tributo a sus predecesores. En sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia, el filósofo expresa sus tesis políticas con lenguaje arquitectónico —«También conviene, a veces, alterar, pero siempre con el propósito de preservar… Haría las reparaciones ajustándome al estilo del edificio»—, y esa ‘serena circunspección’ cuya causa ha de buscarse en la moral y no en la falta de carácter sirve bien como lema de la obra de McLaughlin.
Sin dejar de prestar atención a la Irlanda ancestral —desde la ligereza lírica del jardín enclaustrado para enfermos de alzhéimer en Dublín, y hasta el aplomo cerámico y musculoso del centro de rugby en Limerick—, el padre de Iseult y Diarmaid ha levantado sus obras quizá más memorables en el corazón intelectual de Inglaterra, y esta circunstancia parece apropiada para quien reconcilia la práctica con la teoría, y la profesión con la enseñanza, como reconoció el premio Jencks en 2016, que celebraba al arquitecto tanto como al profesor de la Bartlett, de la UCLA o de Yale. El tambor exacto de la Bishop Edward King Chapel en el Ripon Theological College es un recinto elíptico que a través de la piedra, el hormigón y el alerce se pone al servicio de la luz, y el Sultan Nazrin Shah Centre amplía el Worcester College con un auditorio y unos talleres de danza que usan la caliza y el roble para formar un bodegón material en un paisaje arcádico, pero estas obras de Oxford, al igual que el refinadamente contextual y urbano Jesus College de Cambridge, son solo algunas de las muchas realizadas en esos dos campus míticos, que se coronarían simbólicamente con el premio Stirling otorgado en 2022 a la nueva biblioteca de Magdalene College en Cambridge.
La musicalidad cerámica de este bosque geométrico de libros, evocador de la arquitectura Tudor en sus cubiertas apuntadas y deudor de los laboratorios Richards de Louis Kahn en la expresividad rítmica de sus chimeneas, merece sin duda comentario aparte, porque su clasicismo romántico permite regresar a Burke tras haber transitado por los territorios de Semper y de Ruskin. El filósofo político publicó en 1759 A Philosophical Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and the Beautiful, un tratado estético donde entre otros asuntos se ocupa del tamaño, proporción y función de los edificios, además de la luz o el color en ellos —en relación siempre con la belleza y lo sublime—, y me atrevo a sugerir que esta ‘sensibilidad fisiológica’ no es del todo extraña al placer que produce la exquisita construcción de las obras de McLaughlin, su extraordinaria paleta de materiales y su voluntad testaruda de permanencia en el tiempo. La biblioteca del Magdalene College muestra una placa con una divisa latina, ‘Faber sum’, y esa referencia clásica al que hace, fabrica o construye recuerda la imposibilidad de separar al Homo sapiens del Homo faber, y al concepto de la materia en la obra intelectual y sensible de este irlandés afincado en Inglaterra.