Necrológicas  Opinión 

Agónico agosto

En recuerdo de Cohen y Buchanan

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Agónico agosto

En recuerdo de Cohen y Buchanan

Luis Fernández-Galiano 
30/08/2023


De izquierda a derecha, Jean-Louis Cohen y Peter Buchanan

Agosto fue más cruel que abril. El calor sofocante y los incendios abrasaron las portadas, pero al mundo de la arquitectura se le heló el corazón con las muertes de Jean-Louis Cohen y Peter Buchanan, un francés y un británico que intervinieron en la disciplina a través de la escritura: el historiador Cohen, una figura central de la cultura arquitectónica, falleció el 7 de agosto en su casa de Ardèche, tras sufrir una reacción alérgica a la picadura de una abeja; y el crítico Buchanan, que transitó sosegadamente de la influencia a la marginalidad, llegó al final de su vida el 23 de agosto en una residencia de ancianos en Londres, tras el progresivo deterioro causado por un cáncer terminal. Formados ambos como arquitectos, los recordaremos por sus libros, sus artículos y sus exposiciones, que han contribuido a documentar la modernidad y a cartografiar el panorama contemporáneo.

Nacido en París en 1949, en el marco privilegiado de una aristocracia intelectual, judía y comunista, Cohen puso su infinita curiosidad e inagotable erudición al servicio de sus inquietudes políticas y sus convicciones estéticas, explorando pioneramente asuntos como las arquitecturas de la II Guerra Mundial o lo que llamó ‘americanismo’, la influencia de la construcción estadounidense en las vanguardias europeas. Fue precisamente mi artículo en El País sobre su gran muestra de 1992 ‘Américanisme et modernité’ el que elegí para incluirlo en Maestros de escritura, pero hubiera sido igualmente razonable homenajearlo con ‘Architecture in Uniform’, la admirable exposición de 2011 en el CCA de Montreal. Su generosa amplitud de conocimientos e intereses —que en nuestras revistas se plasmaron en textos sobre Mies o Prouvé, sobre Siza y Office, cuyas monografías presentó, e incluso sobre el hormigón, al que había dedicado un volumen— le llevó a escribir una historia arquitectónica del siglo XX bajo el insólito título The Future of Architecture. Since 1889, basada en los cursos que impartió en la New York University desde 1994, y que reseñé críticamente, reprochándole el protagonismo exagerado de todo lo francés, algo quizá inevitable en alguien que dedicó varias exposiciones a Le Corbusier, entre las cuales la del MoMA en 2013, que exploraba un tanto forzadamente su dimensión paisajística —y que sin embargo fue la base de una monografía de AV— o que defendió al maestro frente a las revisiones de que fue objeto por su vínculo con Vichy.

Casado con la ilustre socióloga especialista en vivienda Monique Eleb —desaparecida este mes de mayo, con la que escribió algún libro, y a la que le divertía que muchos la conociéramos como Eleb-Vidal, por el nombre que usaba en su primer matrimonio—, y padre de dos hijas, el historiador abordó también lo contemporáneo, desde acontecimientos como el 11-S o la guerra de Ucrania, sobre los que escribió en Arquitectura Viva, o proyectos sobre autores próximos, como su inconcluso catálogo razonado de Frank Gehry o la que sería su última exposición, dedicada a Paulo Mendes da Rocha e inaugurada en junio en Oporto. Ese mismo mes intervine con él en un seminario parisino sobre ‘Le rêve européen’, reprochándome Jean-Louis la mención elogiosa de la Declaración Schuman de 1950, porque a su juicio la Unión Europea era al cabo un producto de la Guerra Fría; una discrepancia cordial que reiteró cuando unos días después me envió el texto de su intervención, con una nota en castellano de este consumado políglota que finalizaba con un deseo: «Me gustaría que un día pudiéramos mantener un debate serio sobre la historia política de Europa y el legado político de la Guerra Fría». Ese debate ya no se realizará, pero la herencia teórica e histórica de Cohen seguirá presente en la conversación arquitectónica e ideológica de todos. Su gran amigo de juventud, François Chaslin, lo describía a Isabelle Regnier en Le Monde como «un acantilado intelectual», y efectivamente la obra que deja tiene una grandeza y una solidez intimidante. Su último artículo en Arquitectura Viva, hace ahora un año, versaba sobre los usos de la historia para los arquitectos, y ese es sin duda su más fértil legado, porque lo seguiremos leyendo durante mucho tiempo.

Buchanan, por su parte, había nacido en Malawi en 1942, pero tras sus estudios en Ciudad del Cabo se instaló en Londres para trabajar como arquitecto y finalmente como periodista, convirtiéndose en el alma de The Architectural Review durante la década de los ochenta. Desde allí promovió la arquitectura española, familiarizándose íntimamente con el paisaje profesional de Madrid y Barcelona, y colaborando con AV y Arquitectura Viva desde la fundación de esta última en 1988: para dar una idea de lo prolífico de su producción, basta señalar que solo hasta 1995 había publicado en ellas más de dos docenas de textos, tanto sobre autores españoles como sobre lo más destacado del panorama internacional. Cuando el Review fue comprado por una gran empresa en 1992, y su redacción trasladada de la doméstica sede en Queen Anne’s Gate a una colosal oficina compartida por numerosas publicaciones, Peter tomó la decisión de abandonar la revista, trabajando primero para su admirado Renzo Piano en la edición de los cinco volúmenes de la obra completa, que aparecerían entre 1993 y 2008, y sobreviviendo después con artículos y conferencias.

Había intervenido en nuestro primer seminario, celebrado en 1989 con William Curtis, Alex Tzonis y Liane Lefaivre o Tom Reese, y siguió viniendo a España hasta los congresos de 2012 y 2016 en Pamplona, donde entrevistó tanto a Anna Heringer y Solano Benítez como a Dietmar Eberle y Winy Maas, mostrando una admirable ductilidad que no le impedía pespuntear sus textos con referencias a la arquitectura de Piano, una referencia tan importante en su trabajo como la conciencia ecológica que inspiró sus últimos artículos. El que cerraría sus tres décadas con nosotros apareció en diciembre de 2021, y en él se unía a Kenneth Frampton y a Vittorio Magnago Lampugnani para censurar el canon arquitectónico promovido por el New York Times. Alejado de los círculos influyentes, pero tenaz en sus convicciones y crecientemente solitario, pasó su última etapa en la residencia donde falleció. En marzo me informó de su enfermedad, pidiéndome una lista de sus artículos y los datos de contacto de Fernández Alba, Moneo y Navarro Baldeweg, personas para él claves de una arquitectura que tanto había ayudado a promover, en una triste ceremonia de los adioses. El mío fue por teléfono, y me alegró saber, a través de Renzo Piano, que Shunji Ishida —con quien había trabado amistad en la época del proyecto de Kansai— pudo visitarlo a principios de agosto, un mes que, en efecto, habría de ser cruel con la arquitectura y con la memoria. 


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