Necrológicas 

Adioses a distancia. Terence Riley, Paulo Mendes da Rocha

Luis Fernández-Galiano 
25/05/2021


Una semana de mayo nos ha arrebatado dos amigos americanos: Terence Riley a los 66 años el lunes 17, y Paulo Mendes da Rocha a los 92 el domingo 23. Nuestros caminos se enredaron con los suyos hace quince años, y hoy tristemente los despedimos a la vez. El norteamericano dirigía por entonces el departamento de arquitectura del MoMA, y vino a España varias veces para visitar las obras que incluiría en ‘On-Site: New Architecture in Spain’, una gran exposición —la primera dedicada por el museo neoyorquino a un solo país desde la mítica ‘Brazil Builds’ de 1943— que se inauguraría el 12 de febrero de 2006. Dos meses después, el 10 de abril, se anunciaba la concesión del premio Pritzker al brasileño, y ese día le dedicaría una página en el diario El País, para acompañarle más tarde en la ceremonia que nos reunió a todos en el palacio de Dolmabahçe de Estambul el 30 de mayo, al borde del Bósforo y con la presencia del entonces primer ministro Erdogan, que en su homenaje al arquitecto paulista subrayó la voluntad de apertura de Turquía, un empeño acaso similar al protagonizado por España, que nos había llevado a disfrutar esa primavera del escaparate de la calle 53.

Terry Riley, que depués de formarse en las universidades de Notre Dame y Columbia fue elegido por Philip Johnson en 1991 para pilotar el departamento fundado por él en el museo, había realizado en este muestras tan celebradas como las dedicadas a Frank Lloyd Wright o Mies van der Rohe, y tan influyentes como ‘Light Construction’ en 1995 o ‘The Un-Private House’ en 1999, pero quizá nada tan decisivo como su intervención en la selección del arquitecto y el seguimiento de la obra de ampliación de la sede, finalmente encomendada al japonés Yoshio Taniguchi e inaugurada en 2004. En ese museo renovado se montó la exposición española, que se acompañó de dos publicaciones, el catálogo con los proyectos de la muestra, que tuve el honor de prologar, y Spain Builds, el libro realizado por Arquitectura Viva con los antecedentes desde 1975, este introducido por Terry, que por cierto dejaría el MoMA inmediatamente después para dirigir el Pérez Art Museum Miami, donde de nuevo compaginó la comisaría de exposiciones con la construcción de una nueva sede del museo, para la que eligió a los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron. Aunque trasladó a Florida el estudio de arquitectura que compartía desde 1984 con John Keenen, y desde él trabajó con el promotor Craig Robins realizando proyectos en una ciudad dinamizada por el lanzamiento de Art Basel Miami, quizá ningún legado suyo sea tan imperecedero como las dos sedes de museos que no puedo imaginar sin su participación esencial, el MoMA de Taniguchi y el PAMM de Herzog & de Meuron.

‘Brazil Builds’ fue comisariada por Philip Goodwin, un arquitecto beauxartiano, miembro del patronato del MoMA, que en 1939 había completado con el más vanguardista Edward Durell Stone la primera remodelación del museo, y que durante el verano de 1942 recorrió el país con un fotógrafo para documentar un fresco histórico que se extendía desde la arquitectura colonial hasta la modernidad tropical de Oscar Niemeyer, a partir de entonces convertida en icónica. Goodwin puso el acento en los brise-soleil, los pilares inclinados y las formas fluidas de las obras cariocas, pero no pudo llegar a conocer el otro gran crisol de la arquitectura brasileña, la escuela paulista, que surgiría más tarde, impulsada por João Vilanova Artigas, el autor de la monumental Facultad de Arquitectura y Urbanismo, y después por Paulo Mendes da Rocha. Este era dos décadas más joven que Niemeyer y más próximo que él al expresionismo estructural de las grandes luces de hormigón, como muestra, por ejemplo, su admirable Museo Brasileño de Escultura, una losa de 60 metros entre apoyos que cubre una plaza abierta a todos. El Pritzker entregado en Estambul, 18 años después de haber sido otorgado a Niemeyer —y con él a las curvas del corbusianismo carioca—, celebraba un trayecto individual, pero también un empeño colectivo, como Paulo destacó en su discurso de aceptación, y como años después recordaría durante nuestras conversaciones en su estudio de São Paulo, que finalmente darían lugar a una monografía de AV en 2013.

En esta ceremonia de los adioses no quiero evocar al Terry atareado e irónico de los almuerzos neoyorquinos, sino al que recorría España con coches alquilados sin GPS que le dificultaban alcanzar sus metas arquitectónicas en el territorio de nuestra península pentagonal, y con el que me citaba bajo el gran lucernario de la rotonda del Palace para intercambiar confidencias sobre like-minded friends y maldades sobre figuras retóricas y vacuas; y no deseo convocar en el recuerdo al Paulo de esmoquin en el palacio otomano, sino al que me comentaba sus dificultades y estrecheces mostrando maquetas diminutas en su modesta y deshabitada oficina en São Paulo, reiterando su testarudo compromiso cívico y comunitario; común, por cierto, a toda esta generación de arquitectos brasileños, fuesen paulistas o cariocas. La desaparición prematura de Terry y la esperada de Paulo hacen el mundo de la arquitectura más pequeño, y a todos nosotros más conscientes de la fragilidad de la vida y la caducidad de los trabajos y los días.


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