Opinión 

Los usos de la historia

¿A quién sirve la historia?

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Los usos de la historia

¿A quién sirve la historia?

Jean-Louis Cohen 
01/06/2022


© Museo Nacional del Prado

¿Sirve la historia a los arquitectos? A menudo. Dado que ningún arquitecto que haya hecho una aportación relevante ha sido analfabeto, la historia ha nutrido el pensamiento de todos ellos y ha dado pie a interpretaciones literales, lecturas instrumentales, o, por el contrario, a la represión de cualquier precedente. También fue objeto de rechazo en las escuelas radicales del siglo XX o en la Revolución ‘Cultural’ china.

¿Es útil para los ingenieros? En algunos casos. Muchos parecen convencidos de que solo las técnicas más avanzadas son válidas y que las soluciones antiguas están obsoletas o no tienen más que interés documental. Pero algunos, los más brillantes, saben encontrar en las construcciones góticas o en las estructuras metálicas del siglo XIX formas de pensar capaces de inspirar proyectos contemporáneos.

¿Es útil para los defensores del patrimonio? Siempre. Es evidente que el valor de uso de la historia es mayor para aquellos cuya dedicación principal es la conservación o la restauración de edificios. Incluso las investigaciones basadas en fuentes puramente textuales contribuyen al entendimiento del diseño o la construcción de un edificio, y permiten formular hipótesis legítimas capaces de resistir la prueba del tiempo. Cuando se define como Baugeschichte, la historia es aún más útil, ya que toma como objeto de estudio obras materiales y no intelectuales.

¿Es útil para los políticos? Sin duda alguna. Muchos de los regímenes que han elaborado políticas en materia de arquitectura —y no solo los totalitarios, como en su día Alemania, Italia, Japón o Rusia— se han basado en precedentes. Estos programas han procurado conformar narrativas históricas, desde las más elaboradas hasta las más banales, para justificar formas historicistas.

¿Sirve a los militares? A veces. Los ejércitos poseen un sentido de la historia que los lleva a preservar devotamente el recuerdo de sus hazañas, y a veces de sus derrotas. En general, guardan con celo el patrimonio construido, por el que sienten gran apego. Manejan la historia y han sabido movilizar el patrimonio para evitar daños colaterales, como ocurrió durante los bombardeos aliados en Italia, Francia o Alemania en la Segunda Guerra Mundial, cuando la Comisión Roberts reclutó a historiadores para localizar monumentos que debían salvarse de los ataques. Por el contrario, tras perder la batalla de Inglaterra en 1940, la Luftwaffe emprendió las llamadas ‘incursiones Baedeker’ para destruir sistemáticamente ciudades históricas de Gran Bretaña.

¿Sirve la historia a los que la escriben? Por supuesto. Desde que se convirtiese en una disciplina autónoma en la Alemania de principios del siglo XX, la investigación histórica está inseparablemente ligada a la producción de conocimiento y a la construcción de las carreras académicas de los que la llevan a cabo, hasta el punto de que parezca alimentarse a sí misma o reproducir el propio sistema.

¿Es útil para la gente corriente? Probablemente. Además de en los circuitos de difusión académica, la historia de la arquitectura también está presente en numerosas publicaciones con enfoque turístico o local, a menudo de carácter popular, pero en ocasiones apoyadas en investigaciones rigurosas.

¿Sirve a los ciudadanos? Sin duda. La difusión de la historia de la arquitectura les hace estar más atentos a los tejemanejes de los poderes que transforman el espacio urbano. El conocimiento contribuye en este caso a la adopción de estrategias de protección, al conceder el valor de monumento a edificios existentes.

La historia de la arquitectura tiene valor de uso, y a veces también cierto valor de cambio. Pero como una moneda falsa que busca reemplazar la buena, el debilitamiento de la investigación científica, ya sea por falta de medios, ambición o audacia intelectual, podría reforzar de forma automática una subliteratura potencialmente tóxica.


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