Humanizamos el paisaje con la geometría, y esa aparente paradoja contiene las semillas de su disolución. El orden matemático, ajeno al mundo orgánico por su condición tautológica y abstracta, es sin embargo la señal más segura de la intervención humana en el territorio; con ese instrumento racional intentamos interpretarlo, y con él lo ponemos a nuestro servicio. Cuando el paisaje se percibe enmarcado por la geometría, la fruición estética entra en resonancia con la mirada posesiva: si la naturaleza nos abruma con su relieve abrupto, la cartografía la somete con su malla regular. El extremo hiperbólico de la razón ilustrada produce la dictadura de la modernidad indiferente, y la ansiedad de la anomia ante la urbe ordenada y azarosa segrega la nostalgia por las agregaciones orgánicas premodernas, que construyeron la armonía inesperada de la ciudad tradicional. Contrastamos la disciplina exigente de los trazados normativos con la variedad orquestada de los desarrollos laxos, y procuramos imitar esa diversidad atractiva agitando artificiosamente las plantas urbanas y los paisajes interiores. Al final, la fatiga del orden mecánico penetra en la pupila, y al contemplar desde el balcón el desorden sabio de la ciudad orgánica el malestar de la modernidad se instala en la conciencia y en el ánimo...[+]