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Obras de consumo.. El escritor Michel Houellebecq y el último premio Pritzker, Rem Koolhaas, coinciden en sus diagnósticos. Si el novelista francés describe el mundo como un supermercado y cree que la arquitectura moderna sólo puede aspirar a diseñar las secciones de ese gran centro comercial, el holandés asegura que el producto construido de la modernización es ‘el espacio basura’: un interior infinito e indiferenciado, definido por innovaciones como el aire acondicionado, las escaleras mecánicas, los tabiques ligeros o los falsos techos, que han erosionado para siempre la credibilidad de la arquitectura.
Sumario
Luis Fernández-Galiano
Héroes amargos
Un diagnóstico arquitectónico
Michel Houellebecq
Lugares de transacción
El mundo como supermercado
Rem Koolhaas
El espacio basura
La modernización y sus secuelas
Edificios: proyectos y realizaciones
Ecos formales. Frank Gehry construye un museo del rock cuyos bultos de brillantes colores se inspiran en la iconografía musical; Santiago Calatrava insiste en su tradicional repertorio biomórfico al diseñar un museo de la ciencia como el esqueleto de un cetáceo; y el malogrado Enric Miralles recreó un bosque congelado dentro de otro vegetal para alojar una escuela de música.
Arquitectura
Frank Gehry
Experience Music Proyect, Seattle
Santiago Calatrava
Museo de las Ciencias, Valencia
Miralles y Tagliabue
Escuela de Música, Hamburgo
Efectos especiales. Patrones musicales y matemáticos permiten a Steven Holl jugar al equívoco perceptivo en su sede para una inmobiliaria holandesa; el rigor geométrico y los materiales fríos sirven a Jean Nouvel para proponer una imagen renovada de la arquitectura judicial; y las analogías orgánicas son un punto de partida para Toyo Ito en su búsqueda de la máxima ligereza. Steven Holl
Sede de Het Oosten, Amsterdam
Jean Nouvel
Palacio de Justicia, Nantes
Toyo Ito
Mediateca Municipal, SendaiLibros, exposiciones, personajes
Patrimonios. El concurso del Teatro Fleta rescata en Zaragoza una obra moderna; y la convocatoria internacional para construir el Museo de la Evolución Humana vinculará Burgos con el yacimiento arqueológico de Atapuerca. Arte / Cultura
Justo Isasi
Zaragoza recupera el Fleta
Ignacio Camarero
Navarro Baldeweg en BurgosDel pasado al futuro. Si la exposición alemana intenta caracterizar la arquitectura española del último siglo, eventos como el festival Metápolis celebran y exacerban los efectos de la globalización sobre la disciplina. José Ignacio Linazasoro
El siglo español en Frankfurt
J. M. Montaner y Z. Muxí
Metápolis deconstruidaPolos de atracción. Los Países Bajos y la Suiza alemana ofrecen paisajes arquitectónicos diametralmente opuestos, cuyo único punto en común es su condición de geografías de referencia para la producción contemporánea.
Historietas de Focho
Cruz y Ortiz
Autores varios
Libros
Interiorismo, diseño, construcción
Teoría y práctica. Bernard Tschumi, director de la Escuela de Arquitectura de Columbia, y Jorge Silvetti, con el mismo cargo en la de Harvard, han concluido sendos proyectos que ponen a prueba su experiencia universitaria: la Escuela de Arquitectura de Marne-la-Vallée y una residencia en el campus de Princeton. Por su parte, Vittorio Magnago Lampugnani, que dirigió Domus, y Pierre-Alain Croset, que fue redactor de Casabella, cambian la teoría por la práctica y construyen viviendas sociales en Austria e Italia. Técnica / Estilo
Florence Michel
Tschumi en Marne-la-Vallé
Philip Arcidi
Machado y Silvetti en Princeton
Martin Tschanz
Lampugnani en María Lankowitz
Kenneth Frampton
Croset y Bertolazzi en BresciaPara terminar, y como contrapunto al tema de portada de este número, un texto en el que se rompe una lanza en favor de la ciudad normal y se defiende un urbanismo que, más que buscar lo nuevo, recoja la experiencia del pasado Productos
Valderrama sobre el SIMO
Vittorio Magnano Lampugnani
La ciudad normal
Luis Fernández-Galiano
Obras de consumo
La arquitectura se consume en la hoguera del mundo. El magma urbano deglute sus obras de la misma manera que el magma mediático digiere sus imágenes, y tanto los edificios como sus representaciones se metabolizan en la cacofonía confusa del territorio y su percepción caleidoscópica. Las obras más singulares sostienen su posición en el paisaje durante el breve intervalo que media entre la curiosidad por el recién llegado y la fatiga por el déjà vu, y las imágenes más insólitas consiguen la atención del espectador en un escueto paréntesis que abre la sorpresa y cierra la familiaridad. En el universo cambiante de las tendencias estéticas, nada está tan próximo a la exclamación admirativa como el bostezo de aburrimiento, y en el planeta voluble del lifestyle y la moda, los ciclos de vigencia se acortan con la misma rapidez que se eleva el umbral de la novedad.
Si, como argumenta el novelista y poeta francés Michel Houellebecq, el mundo no es sino un colosal supermercado, el tiempo medio de permanencia en la estantería de las novedades arquitectónicas es apenas el necesario para ser consumidas y olvidadas, arrojando sus objetos al torrente voraginoso de los intercambios y las mudanzas. Y si, como defiende el arquitecto holandés Rem Koolhaas, la construcción más genuina de la modernidad es lo que llama ‘el espacio basura’, las obras más exigentes se diluyen en él tan pronto se terminan, enfangándose en el vertedero informe de la urbanidad imprecisa como vehículos o enseres arrastrados por una riada de barro. Bajo este signo escatológico e inclemente, la arquitectura naufraga en el fracaso de la ciudad, y los edificios individuales se diluyen en una corriente ominosa de flujos veloces y viscosos.
Sean los bultos burbujeantes de Frank Gehry para el Museo del Rock de Seattle, donde la policromía de guitarras eléctricas apaga la música callada de la arquitectura, o las osamentas titánicas de Santiago Calatrava en el Museo de la Ciencia de Valencia, donde el cetáceo devora la catedral, la singularidad espasmódica y la escala monumental no rescatan la obra de la trivialidad del entorno. ¿Y qué decir de los proyectos más juguetones y plásticos? Ni los volúmenes coreográficos y coloristas de la Escuela de Música de Enric Miralles en Hamburgo, ni los patrones azarosos de la sede social para una empresa holandesa de Steven Holl en Amsterdam redimen las piezas de la confusión babélica de una algarabía de voces. Hasta el Palacio de Justicia de Jean Nouvel en Nantes, con su exactitud galáctica de oscuras geometrías reflectantes, o la Mediateca de Toyo Ito en Sendai, con sus manojos de tubos estructurales envasados con precisión maniática y transparente, acaban por rendir su perfección cristalográfica a la textura informe del territorio circundante. La arquitectura finge producir el mundo que la consume.