Vivimos un tiempo de talento tóxico y héroes amargos. El novelista francés Michel Houellebecq y el arquitecto holandés Rem Koolhaas pertenecen a esa categoría de figuras mediáticas que ejercen la crítica social a través de la más extrema integración en un paisaje que describen devastado. Houellebecq presenta un mundo arrasado por la competencia económica y sexual, habitado por zombies narcisistas o autistas infelices, y a continuación se propone como uno de sus personajes: de gira con una banda mediocre que pone música a su poesía, realizando cortometrajes eróticos con chicas jóvenes o fotografiando postales volcánicas en un Lanzarote de tour operator, el francés resulta ser la quintaesencia del talento universal y ridículo. Koolhaas, por su parte, retrata unas ciudades degradadas por la movilidad y el comercio, surcadas por autómatas hipercinéticos o consumidores compulsivos, y sin cesura irónica se presenta a sí mismo con el atuendo de sus usuarios histéricos: viajando espasmódicamente entre su mujer de Londres y la de Amsterdam, pasando más tiempo en hoteles de diseño que diseñando en su oficina de Rotterdam, y vestido de Prada de los pies a la cabeza mientras conferencia sobre Lagos, el holandés habita una burbuja lúcida y cínica que suscita más recelo que empatía...[+][+]