Una casa de campo centenaria, situada dentro de un recinto amurallado, fue el lugar elegido para albergar un restaurante cuyo diseño conjuga metáforas del mundo rural y del gastronómico. Tres naves dispuestas a lo largo de una planta basilical son objeto de una meticulosa rehabilitación donde se integran ambientes con diferente iluminación y densidad espacial, redistribuyendo comedores, porches y zonas de estar. Las divisiones interiores se modulan respetando la configuración estructural original, pero consiguiendo un espacio más diáfano y abriendo las vistas al exterior.

Así, la fachada norte avanza sobre el jardín para conformar un porche de acero y vidrio en el que unas lamas verticales retorcidas —que también recubren partes del interior— actúan como filtro visual. Mientras uno de los laterales se reconfigura para acoger las instalaciones y la cocina —concebida como un laboratorio de acero inoxidable y presidida por un patio acristalado—, la crujía central del conjunto se libera de particiones para situar el comedor principal, en torno a cuya gran mesa pueden acomodarse más de cuarenta comensales. Las otras dos naves y la fachada sureste se adaptan para situar comedores reservados, zonas de estar abiertas al jardín, despachos y aseos.