Instituto laboral, Daimiel
Miguel Fisac 

Instituto laboral, Daimiel

Miguel Fisac 


Por petición directa de Fisac al ministro Ibáñez Martín se construye en Daimiel el primer instituto laboral de España, una iniciativa que pretendía implantar en nuestro país las experiencias alemanas de formación profesional. Más adelante proyectará los centros de Almendralejo (1952) y Hellín (1952), y participará en el Concurso de Anteproyectos de Institutos Laborales (1953). Con un conjunto orgánico de piezas estudiadas individualmente, el arquitecto pone a prueba un nuevo método proyectual que aborda de forma sistemática las cuestiones relativas al lugar, el programa y la construcción, y que le permitirá distanciarse lentamente del clasicismo exhibido en la Colina de los Chopos, que tan positivamente había acogido la crítica.

«El instituto laboral de Daimiel es el primer proyecto en el que empleé una teoría propia muy útil, que es el sentido común. Empecé preguntándome ¿dónde está esto?, algo que los arquitectos del Movimiento Moderno, que se ocupaban en primer lugar de la fachada, nunca se habían preguntado; continué con el ¿para qué?, es decir, analizando el programa para saber qué espacios y qué enlaces hacían falta. Después había que averiguar cómo resolver materialmente todo y, sólo al final, se tomaron una serie de decisiones exclusivamente estéticas, ese ‘no se qué’ que se añade cuando lo demás está ya resuelto. Yo comprendo que alguien con gran erudición tenga un problema a la hora de ponerse a proyectar, porque es como enfrentarse a las fichas de un rompecabezas. Yo, en cambio, me dibujaba unos cartoncitos a escala 1:50 ó 1:100 y veía dónde se colocaban las cosas, qué vínculos tenían unas con otras, etcétera, y así iba saliendo el edificio.»

«En Daimiel acomodé el programa en una estructura tradicional, construida con muros de tapial y cubiertas inclinadas de teja. Tuve que engañar al albañil, diciéndole que yo tenía que tratar estas fachadas de una forma muy especial, por lo que tenían que estar muy bien blanqueadas. Le dije que tirara la cal con un jarrillo para saturar los poros del tapial, como allí era costumbre, y cuando volví por la obra le dije: ‘¡estupendo, precioso!, ha quedado tan bien que lo vamos a dejar así’. Y es que el hombre pensaba —como todos los del pueblo— que sobre aquella superficie blanca y lisa íbamos a colocar unas columnas y un frontón. Cuando se inauguró el edificio, alguien de allí me comentó con bastante desprecio «esto parece una casilla», y yo contesté «muchas gracias», porque mi intención había sido precisamente ésa, hacer una arquitectura contemporánea pero valiéndome de los métodos constructivos de la tradición popular manchega.»... [+]