Instituto de Microbiología Ramón y Cajal, Madrid
Miguel Fisac 

Instituto de Microbiología Ramón y Cajal, Madrid

Miguel Fisac 


Este encargo llevó a Fisac de viaje por Europa para visitar de cerca las condiciones de estabulación de animales con fines experimentales. Entre octubre y noviembre de 1949 pudo conocer de primera mano esa otra modernidad, menos ortodoxa y más próxima a la naturaleza y al hombre, que en aquel momento se desarrollaba en Escandinavia. Además de la ventana sueca con veneciana incorporada que empleó en la zona de laboratorios, Fisac trajo de este viaje una actitud nueva con la que afrontar futuros proyectos.

«Cuando las obras iban por la primera planta viajé a Suiza, Alemania, Holanda y Escandinavia, y tuve ocasión de conocer lo que hacían los suecos. Era una arquitectura honrada, porque allí tenían 50 grados bajo cero y no se podían andar con juegos; concretamente, el Ayuntamiento de Gotemburgo fue una auténtica revelación. Aunque la fachada no me convenció —porque yo conocía el Cinquecento y no comprendía que partiendo de un edificio de un neoclasicismo toscano sencillísimo, Asplund hiciera aquellos huecos horizontales—, pasé dentro y vi que tanto el planteamiento del programa como el material estaban muy bien resueltos. Allí estaban solucionadas las pegas que yo no había encontrado resueltas ni en Le Corbusier, ni en Mies van der Rohe. Para mí fue decir: se puede hacer arquitectura de hoy sin atenerse a las premisas del Movimiento Moderno. Y por ahí seguí, porque algo que no me gustaba nada del Movimiento Moderno era su desprecio absoluto por el lugar y lo que había alrededor; para mí la arquitectura es como un árbol; está ahí y su entorno tiene valor.»

«Cuando regresé a Madrid, me planteé cómo continuar el edificio. Me repugnaba desde el punto de vista constructivo cerrar una estructura de hormigón cargándola con un ladrillo macizo que, al fin y al cabo, es un material para muros de carga con un peso importante. Entonces se me ocurrió hacer un ladrillo hueco doble con una cara inclinada a modo de vierteaguas que evitaba la entrada de humedad. Para elegir su color busqué entre las fábricas de los alrededores de Madrid y encontré unos ladrillos de un tono pardo que se habían decolorado al abrir las puertas del horno antes de tiempo. Así, con distintas texturas, las fachadas mostraban la diferencia entre el papel estructural de los testeros, que son portantes, y el de los frentes largos, que al no serlo se realizaron con los ladrillos ligeros que patenté en 1952.Y de eso se trata precisamente, de que la razón constructiva acabe siendo responsable del aspecto final del edificio, que es de donde siempre ha procedido la belleza arquitectónica.»... [+]