Hotel Imperial, Tokyo
Frank Lloyd Wright 

Hotel Imperial, Tokyo

Frank Lloyd Wright 


Desde su primer viaje a Japón en 1905, Wright era un ávido coleccionista de arte japonés. El encargo del Hotel Imperial le permitió mostrar su profunda admiración por la cultura nipona.

El desafío era doble: por un lado, había que dar una adecuada respuesta a la elevada actividad sísmica de la región y a los incendios subsiguientes; por otro, la composición formal debía estar en armonía con su venerable vecino, el Palacio Imperial. Ante este reto, Wright combinó la innovación estructural con el respeto a la tradición artística.

El programa funcional se distribuía entre las dos extensas alas de habitaciones y una espina central que albergaba los espacios comunes enlazados axialmente: un amplio vestíbulo de tres plantas, un comedor con salón de baile a doble altura, un auditorio y una sala para banquetes. Todo ello compaginaba las esferas colectiva e individual, dado que por aquella época estos edificios funcionaban como verdaderas ‘cámaras de compensación social’ en donde los japoneses —que raramente invitaban a los extranjeros a sus casas— celebraban sus reuniones protocolarias y comerciales.

La planta presentaba un esquema a mitad de camino entre una H y una E para favorecer la separación funcional arriba mencionada. Con sólo tres alturas, el volumen era predominantemente horizontal y estaba delimitado por superficies muy articuladas, producto de la abigarrada decoración tallada en una piedra volcánica blanda denominada oya. La gran cantidad de mano de obra disponible llevó a Wright a dar rienda suelta a su expresividad ornamental y hacer de ésta una de sus obras más profusamente decoradas. Todo se diseñó sobre una retícula de módulos de 4 pies (120 centímetros).

La estructura se resolvió con una cimentación a base de pequeños pilotes de 2,70 metros de profundidad separados 60 centímetros, que hacían flotar la construcción sobre un substrato de lodo. Absolutamente desconocida para los japoneses de la época, esta solución —unida al armazón de hormigón con voladizos y a la elástica fábrica de ladrillo—, permitió al edificio quedar indemne tras el gran terremoto del 1 de septiembre de 1923. Este hecho casi milagroso creó el mito de que cualquier boda celebrada en sus salones auguraba un matrimonio feliz.

Lo que no había conseguido la naturaleza lo logró la especulación inmobiliaria, y el hotel fue demolido en 1968. Gracias a la fotografía estereoscópica, máquinas robotizadas pudieron reproducir cada una de las piezas, y parte del edificio se reconstruyó en 1976, en el museo arquitectónico al aire libre de Meiji-Mura, cerca de Nagoya… [+]


Apertura
Vista axial desde el estanque.

Fotos
Fundación Frank Lloyd Wright.