Planteado por el arquitecto como una reflexión sobre la densidad, el Centro de arte Towada, situado en un pequeña ciudad al norte de la isla de Honshu, está formado por dieciséis volúmenes que crean un paisaje urbano autónomo pero en consonancia con la fragmentación del tejido donde se inserta. Aparentemente abandonados de forma azarosa sobre el solar, los pabellones se distribuyen sin un eje principal definido alrededor de la pieza de mayor altura, que actúa como centro de gravedad del complejo y que alberga el núcleo de comunicación principal.

Los volúmenes blancos y prismáticos están conectados por una galería acristalada de forma más libre que recorre el solar creando tres posibles recorridos y separando las estancias destinadas a exposiciones de aquellas con usos públicos como la cafetería o la tienda. Entre la galería y los volúmenes surgen patios con formas irregulares, propicios para la instalación de obras de arte exteriores o de escala más reducida. Estos patios contrastan con los espacios residuales entre el edificio y la ciudad, que se aprovechan para la instalación de obras de escala más urbana. El centro consigue así emplear el arte como vía para la regeneración urbana del barrio, insertándose adecuadamente en su contexto sin mimetizarse con él, y alterando la percepción de su entorno inmediato.