Las zonas de acceso público se distribuyen sobre el perímetro exterior del recinto, favoreciendo la interrelación con los espacios abiertos que rodean el museo, mientras que las áreas de exposición —de acceso controlado— se alojan en el interior. Esta distribución permite fragmentar el espacio central en salas independientes que pueden funcionar de forma aislada o agrupadas entre sí, rodeadas por pasillos de distribución que favorecen la libre circulación de los visitantes entre ellas. Por otra parte, mediante el empleo de tabiques de vidrio es posible utilizar parte de los espacios de conexión —unos 4.072 metros cuadrados de los 17.069 metros cuadrados de superficie total— como una prolongación de las salas de exposición.

La fragmentación del espacio interior en ámbitos de distinto carácter generados a partir de formas geométricas elementales se traduce en un conjunto de volúmenes puros —cubos y cilindros— que se elevan ligeramente sobre el plano de cubierta. Cada uno alberga una sala de exposición que se diferencia del resto por su forma, tamaño y proporción —con alturas que varían desde los cuatro hasta los doce metros—, así como por las condiciones de iluminación que presentan. Algunas carecen de luz natural, mientras que otras disponen de grandes lucernarios dotados con mecanismos de oscurecimiento que controlan la intensidad de la luz en el interior. Los fuertes contrastes que se producen entre las brillantes salas y los oscuros pasillos de conexión se matizan gracias a la iluminación natural que proporcionan los cuatro patios completamente acristalados situados en el espacio central y el muro cortina transparente que envuelve el recinto, disolviendo las fronteras entre el interior y el exterior y generando un recorrido cíclico a lo largo de una galería perimetral que ofrece una vista panorámica completa del entorno.