Esta es, a la vez, una casa enorme y pequeña. No tiene salones extensos pero sí un montón de piezas que se repiten y algunas funciones que se duplican de acuerdo a la tradición chilena de casa de campo. Ocupa una pequeña quinta donde, hasta hace poco, estaba la casona donde el actual propietario pasó su infancia. Es un lugar cargado de recuerdos. Como testigo de estos recuerdos ha quedado una abundante miscelánea de árboles frutales (desde cerezos a nogales) y árboles nativos (desde palmas a araucarias). Más allá del sitio no hay nada visualmente atractivo. Por lo tanto, el programa se extiende horizontalmente para, además de recorrer la profundidad de los jardines, conquistar cierta introspección interior e invisibilidad exterior. La estructura irregular, y algo laberíntica, contiene nueve patios abiertos, nueve claros que ayudan a controlar la densidad de la planta. Era posible aumentar la holgura de algunos recintos elevando sus techos, pero esto no debía arrojar sombra sobre los patios. Para ello se proponen dos inclinaciones: la de las cubiertas, que siempre desciende hacia los patios (dejando sólo la sombra del muro) y la de los techos, cuyo vértice recortado por la luz natural se centra según el mobiliario de cada recinto. El peso de un manto de tejas (que en algo evoca el de la antigua casona) cae desde estos catorce prismas truncados.[+][+]