A fuerza de querer ver el mar, como insistentemente nos recuerda la memoria del proyecto, esta casa ha acabado por convertirse en una ventana. Seguramente en ello reside su mayor virtud y también algunos de sus defectos. Asentada sobre un pequeño zócalo, la construcción se configura como un paralelepípedo de una sola planta, con un pequeño sótano en la parte central. Ese zócalo junto con la cubierta y los testeros laterales dibujan un marco rectangular que, a modo de ventana, alberga los diversos cuerpos que componen el programa. Cada uno de ellos se abre al exterior por un sistema de contraventanas de madera, que al cerrarse quedan enrasadas con el aplacado de madera del exterior, confiriendo al conjunto una escala superior.

Deudora, como la casa de Souto de Moura en Moledo, de alguna imagen de Mies (de nuevo la Casa en la Montaña, pero también la Farnsworth), esta vivienda no agota en la metáfora ‘casa-ventana’ toda la capacidad expresiva de un programa convencional pero cuidadosamente elaborado. Así, más allá de la simplicidad del ‘marco’ exterior, las secciones transversales evidencian la compleja disección del espacio interior que son capaces de crear, mediante la luz cenital o las diferencias de altura en los techos. Las transparencias entre la parte posterior y delantera de la casa a través de zonas de uso ambiguo —porche, cancela, etcétera— enriquecen una implantación delicada y estricta.

Si esa deuda con Mies y con el propio Souto de Moura es evidente, no es menos clara la relación con algunas arquitecturas recientes más abiertas y desenfadadas —por ejemplo, la casa M, del belga Stéphane Beel (véase Arquitectura Viva 44)—, como demuestra el uso más franco del color, la movilidad de la fachada posterior o los sutiles juegos de niveles entre el terreno, el sótano y la plataforma principal.

Podría parecer en algún momento que el cúmulo de imágenes que la casa es capaz de sugerir o la complejidad del espacio superan ampliamente la metáfora inicial casa-ventana, siendo ésta el principal impedimento para un desarrollo más imaginativo que, por otro lado, se insinúa continuamente. Así, los porches laterales ponen de manifiesto esa desavenencia, al constituirse como ventanas laterales en lugar de potenciar la función de marco asignada desde el principio. Quizá sean esos porches el episodio menos conseguido de una casa que, aun debatiéndose entre la implantación simple y rotunda en el lugar y el desarrollo complejo y elaborado de su programa, se configura con la elegancia y la serenidad de las viejas mansiones...[+]