A pocos kilómetros al noreste de la capital portuguesa, en una colina de la localidad de Alenquer, se levanta una pequeña casa exenta cercada por una construcción preexistente de la que tan sólo permanecían en pie los muros exteriores. Lejos del concepto romántico de la reconstrucción de la ruina existente —portadora de la memoria de la cimentación y del emplazamiento del edificio dentro de la trama urbana—, se conservan únicamente aquellas partes útiles para la intervención.

Con el fin de dotar al conjunto de unidad y abstracción, tanto la preexistencia como la nueva construcción reciben un mismo acabado blanco de cal. A pesar de este tratamiento unificador, ambos elementos expresan su distinta naturaleza. El primero es un perímetro murario horadado por huecos que mantienen el ritmo y tamaño de las construcciones vernáculas adyacentes. Por su parte, el segundo es un volumen compacto compuesto por una serie de paralelepípedos superpuestos que no llegan a entrar en contacto con el cercado y en el que las ventanas son paramentos sustraídos a los prismas. Es, precisamente, en la tensión entre lo nuevo y lo existente donde se genera un espacio intersticial en el que se producen visiones diagonales y situaciones imprevisibles...[+][+]