La alta densidad de población de la ciudad de Tokio es un factor fundamental para los proyectos de vivienda común que se realizan en sus extensas periferias y que derivan normalmente en edificios de apartamentos apilados nada similares a la vivienda tradicional japonesa. Las casas Seijo ofrecen, en contraposición, una estructura espacial donde las viviendas se relacionan, difuminando los límites entre cada apartamento a través de patios y jardines interiores, pero sin perder la unidad del conjunto completo.

Cada uno de los catorce apartamentos que alberga la comunidad es diferente. Las estancias de las viviendas se reparten por veinte pequeños edificios prismáticos de una, dos y hasta tres alturas, que se comunican por patios de luz en la planta sótano, por jardines en planta baja, y a través de terrazas y pasarelas en las plantas superiores. El control de la escala de los volúmenes y de los intersticios entre ellos crea una sensación de intimidad y pertenencia, mientras que la disposición —nunca enfrentada— de los huecos de las casas, asegura la privacidad. El complejo se asimila más al tejido urbano tradicional japonés que a las nuevas construcciones de Tokio, lo que se potencia con el uso de ladrillo visto rosado en las fachadas y la cuidada definición de los jardines.