Este proyecto constituye la más reciente de las intervenciones realizadas sobre el antiguo Colegio de San Gregorio de Valladolid, una construcción ilustrativa del gótico isabelino de finales del siglo XV (1484-1496). 

Un edificio que también transmite la imagen del devenir, recogiendo los rastros de las diferentes transformaciones que ha venido sufriendo a lo largo de los siglos, y que no sólo han ido modificando su fisonomía sino también su uso —colegio, presidio, administración, y ahora museo—, reflejando los distintos métodos constructivos empleados en cada actuación.

La realidad múltiple del antiguo Colegio, un conjunto de edificaciones articuladas alrededor de dos vacíos —el Patio de Escuelas y el Claustro—, ha condicionado los trabajos de rehabilitación y ampliación del proyecto, enfocados hacia una serie de cirugías específicas acordes a cada parte, tratando de preservar la singularidad formal que permita su fácil reconocimiento. Gran parte de esta distinción reside en tres elementos arquitectónicos de especial relevancia arquitectónica: la fachada contigua al Patio de Escuelas, el Claustro y la Capilla.

Aunque la intervención afecta a la totalidad del conjunto, su grado de intensidad varía en función de las distintas circunstancias que se dan en cada pieza. Debido al especial valor del Colegio y del Claustro, se ha intervenido sobre ellos respetando sus sistemas originales —constructivo, espacial y compositivo—, centrando la principal reforma en las circulaciones y la distribución de las salas expositivas del actual Museo Nacional de Escultura.

Como centralizador de la entrada y de la nueva distribución de los recorridos, se proyecta un nuevo pabellón de acogida. Un elemento singularizado tanto por sus formas como por los materiales que lo constituyen, reflejo del tiempo en el que se realiza esta nueva actuación dentro del centenario conjunto. 

La sección escalonada del ‘edificio de las azoteas’ permite distribuir de forma difusa la luz cenital, logrando dulcificar el sol de poniente para poner en valor las obras principales que van a ser expuestas en la sala más representativa.

Estos nuevos materiales se manifiestan al exterior con revestimientos metálicos, que además del pabellón conforman el perfil de los lucernarios que coronan el ‘edificio de las azoteas’. Esta cubierta sirve de contrapunto a la fachada-galería que se ha recuperado gracias a la restauración. 

La sección escalonada de las salas que alberga modifica su espacio interior, vertiendo una luz cenital que baña las piezas de mayor altura de la colección del Museo. Como parte de una intervención en una escala temporal más amplia, el proyecto se plantea como un capítulo más dentro de la vida de un edificio en constante transformación, dentro de un proceso abierto que desconoce su conclusión.

La convivencia armónica de las zonas nuevas con las históricas restauradas se traduce en los espacios interiores en la elección de los materiales, además de la creación de entradas cenitales de luz para las salas del piso superior.