La casa del artista es una categoría de museo en sí misma. Representa la experiencia real de revivir las estancias, los objetos, el mobiliario y los espacios donde, en otro tiempo, los creadores no solo residieron, sino también produjeron sus obras y compartieron su vida personal y familiar. Estos lugares se convierten en museos donde la memoria y el pasado, además de vincularse a las piezas expuestas, establecen una simbiosis entre el autor y su obra, una relación muy distinta a la que se experimenta en un museo tradicional. Mientras que en estos últimos la obra se percibe aislada de su autor como consecuencia del cambio del contexto en que se produjo, en la residencia del artista el observador se ve inevitablemente influido por el espacio a través de los sentidos: el tacto de los materiales, las luces y sombras, los olores y sonidos de la vivienda, ahora musealizada y habitada por la memoria de las personas que allí vivieron. Cuando la residencia de un pintor, escritor, músico o arquitecto se convierte en museo, la arquitectura misma pasa a formar parte de la obra expuesta, una reminiscencia del tiempo en que estuvo habitada y una biografía materializada del artista que la vivió. En nuestros recuerdos personales conservamos la experiencia de lugares que hemos visitado en diversas ocasiones: el museo de John Soane y la vivienda de Charles Dickens en Londres, las casas de Mozart y de Beethoven en Salzburgo y en Bonn, la Casa Azul de Frida Kahlo en México, el estudio de Frank Lloyd Wright en Arizona, la Casa Malaparte en Capri o el Carmen de Rodríguez-Acosta en Granada. Todos ellos son diferentes, en el tiempo y el espacio, tanto como lo fueron sus residentes y las obras que allí crearon. Cada una posee características únicas y no son extrapolables a una determinada tipología arquitectónica. Y, sin embargo, todas ellas tienen en común el profundo recuerdo que dejaron en nosotros, que difiere notablemente de la sensación que experimentamos en otros muchos museos...[+]