Viena las caballerizas del arte

Las antiguas caballerizas imperiales se transforman en el MuseumsQuartier, un gran conjunto cultural que incluye las colecciones Leopold y Ludwig.

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El Pais
30/04/2002


El genio y Austria no se llevan bien, dice Thomas Bernhard, y el complejo de museos construido dentro de las caballerizas imperiales de Fis-cher von Erlach confirma la opinión pesimista del autor de Maestros Antiguos. Junto al Kunsthistorisches Museum, que el protagonista del último relato de Bernhard visita con regularidad obsesiva para meditar frente a un lienzo de Tintoretto, los arquitectos Manfred y Laurids Ortner han levantado varias sedes artísticas cuyos volúmenes prismáticos se ocultan en el interior del gigantesco patio de las caballerizas, un edificio barroco rehabilitado simultáneamente por Manfred Wedhorn para acoger usos culturales auxiliares. El conjunto, que se inaugura escalonadamente durante el verano, comenzando en junio con el Architektur Zentrum y la Kunsthalle para culminar en septiembre con la Fundación Ludwig y el Leopold Museum, se compara por sus promotores con el Mall de Washington y la Museuminsel berlinesa, subrayando que sus 60.000 metros cuadrados lo sitúan entre los diez mayores del mundo, y ese ingenuo énfasis describe tanto la solidez del empeño como su trivialidad.

Las caballerizas imperiales de Fischer von Erlach se convierten en enclave museístico con el añadido del cubo de caliza y el bloque de basalto de las colecciones Leopold y Ludwig, y con la nave cerámica de la Kunsthalle.

Desde luego, Ortner y Ortner no son geniales, pero estos dos arquitectos nacidos en Linz en 1941 y 1943 tienen a sus espaldas una carrera esforzada de creación artística, desarrollada durante más de dos décadas en Düsseldorf bajo el nombre de Haus-Rucker-Co que compartían con Günter Zamp Kelp, y el inicio de su trayectoria independiente coincide exactamente con la convocatoria en 1987 del concurso vienés de las caballerizas, por lo que su vic-toria en el mismo fue en realidad el comienzo de su biografía profesional, y el comienzo también de una batalla interminable por materializar su proyecto sin más renuncias que las inevitables en el contexto pusilánime y acartonado de la ciudad.Viena es un concepto cultural, dice Bernhard, aunque desde hace ya tiempo no haya casi cultura en Viena, decadente incluso en el terreno musical, porque la verdad es que no se presenta ya nada extraordinario ni en la Konzerthaus ni en la Musikverein, y en esa Viena aturdida Ortner y Ortner se han plegado a las circuns-tancias para construir un complejo que espera atraer más de un millón de visitantes anuales, dado que los extranjeros que vienen a la ciudad se contentan naturalmente pronto con algo, así Bernhard.

El Museo Leopold es un prisma blanco que parece surgir del pavimento del patio, y donde la colección de arte austriaco se aloja en salas dispuestas en turbina alrededor de un desnudo atrio monumental, iluminado cenitalmente.

El proyecto mismo no era excelente, sólo correcto, varias piezas giradas dentro del gran patio de las caballerizas, en la estela del no realizado convento dominico de Louis Kahn de 1965, y de su reinterpretación posmoderna en un edificio proyectado en 1979 y terminado el mismo año de la convocatoria vienesa, el centro científico en Berlín de James Stirling, el más prominente miembro del jurado internacional que adjudicó el concurso. Las sucesivas revisiones que sufrió la propuesta original hasta el comienzo de las obras en 1998 obligaron a reducir la altura de las construcciones nuevas y suprimir la torre prevista frente a la fachada principal, eliminando así el diálogo previsto por los autores con los dos museos de Gottfried Semper frente a las caballerizas, el de Historia Natural y el Kunsthistorisches; pero permitiendo también la maduración del lenguaje de los arquitectos, que en una década se desplazó desde un historicismo conceptual y rossiano hasta un eclecticismo minimalista más del gusto convencional de los tiempos, y acaso en sintonía con el superficial eclecticismo barroco de Fisher von Erlach, más banal aquí que en el mestizaje arqueológico y surreal de la Karlskirche, con la pareja imperial de columnas trajanas enmarcando como pilares de Hércules la cúpula del catolicismo triunfante, admirado por los arquitectos revolucionarios franceses y sin embargo expresión exacta de lo que Bernhard llama el dudoso gusto artístico de los Habsburgo, esteta, repulsivo.

Así, la Colección Leopold, adquirida en 1994 por Austria, se aloja en un cubo revestido de arenisca blanca, con pavimentos de roble y carpinterías de latón, alineado con Semper en la distancia, y cuya rutinaria geometría modular no está a la altura del núcleo artístico de la colección, formado por obras de Egon Schiele, que no es cursi como Klimt, pero un pintor absolutamente grande tampoco lo es Schiele; de la calidad de Schiele ha habido al fin y al cabo en este siglo varios pintores austriacos, pero, salvo Kokoschka, ninguno realmente importante, así Bernhard. Por su parte, el Museo de Arte Moderno Fundación Ludwig ocupa un bloque hermético de cubierta curva forrado de lava basáltica gris antracita, con pavimentos cerámicos y remates de fundición y vidrio en el interior, alineado en este caso con las trazas del barrio residencial inmediato, y cuya rotundidad monolítica no es inapropiada para las obras de sus salas, pop americano e hiperrealistas, arte conceptual y minimal, land art y arte pòvera, pero también Fluxus y accionismo vienés; además de muestras de ese arte austriaco contem-poráneo tan malo que ni siquiera merece nuestra vergüenza, así Bernhard, y que posiblemente se ex-pondrá también en la Kunsthalle, una gran nave de ladrillo adosada a la trasera de la Escuela de Equi-tación de Invierno, como los otros dos edificios en el interior del patio de las caballerizas, construidas para el emperador Carlos VI a principios del sigloXVIII por Fischer von Erlach padre e hijo, ampliadas por Leopold Mayer en la segunda mitad del XIX, usadas como Feria de Muestras desde el final de la I Guerra Mundial y convertidas en complejo cultural en el tránsito del siglo XX al XXI.

A modo de contrapunto oscuro, el basalto reviste hasta la cubierta curva del Museo Ludwig, cuyas ranuras en las fachadas orientan a los visitantes a través de las pequeñas salas de la cara norte, y las más amplias de la sur.

El conjunto, que reúne, por mor de la inevitable sinergia, instituciones tan diversas como el Museo del Tabaco y el de los Niños junto a las salas del Festival de Viena y el Centro de Danza Contemporánea, y que como es natural se acompaña de una provisión generosa de restaurantes, bares y tiendas, permanece abierto las 24 horas del día, no sólo para que los historiadores del arte pasen empujando a sus desvalidos rebaños, como dice Bernhard, sino para ofrecerse como un barrio de ocio permanente, reconociendo el hecho palmario de que, al fin y al cabo, la gente sólo va a los museos porque le han dicho que un hombre culto tiene que visitarlos, no porque le interesen, la gente no tiene ningún interés por el arte, en cualquier caso el noventa y nueve por ciento de la Humanidad no tiene ningún interés en absoluto por el arte, así Bernhard.

La Viena de Wagner y Loos es hoy una Viena de chocolate, civilizada y amable, donde la Viena dorada finisecular y la Viena roja de entreguerras han sido reemplazadas por una ciudad de repostería y rutina que presentamos como Viena pálida cuando hace más de una década publicamos sobre ella un número monográfico. Entonces aún vivía Bernhard, y los Ortner no habían sido todavía seleccionados para construir este barrio de museos, sin duda ejemplar en muchas cosas, y en todo caso eficazmente promovido por un equipo que ha cuidado el diseño gráfico de su identidad corporativa, mejor desde luego que el de la simultánea monografía de los ar-quitectos, presentada en forma de diccionario, y que quizá por ello podría rescatarse desde el amor que Bernhard decía sentir por los libros que no son un todo, que son caóticos, desvalidos; porque al fin y al cabo, el mayor placer nos lo dan los fragmentos, lo mismo que en la vida. Pero sus dos piezas extraviadas en el patio de las caballerizas resultan después de todo insatisfactorias, apenas rescatables por detalles o fragmentos, si nos tomamos la molestia de observarlas con atención, ya que entonces advertimos sus insuficiencias y errores, acaso porque la cabeza humana sólo es realmente una cabeza humana cuando busca los defectos de la Humanidad, así Bernhard. Una gran construcción, decía, qué deprisa se empequeñece al ser contemplada por unos ojos como los míos, por famosa que sea, y precisa y exactamente entonces se reduce, más tarde o más temprano, a una arquitectura ridícula.


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