El verano llega con tormentas. Una crónica telegráfica de tres días de junio pespuntea con fogonazos los sobresaltos de Europa, en un momento de tribulación que despierta viejos fantasmas. En el primer volumen de su magistral historia del continente (To Hell and Back. Europe 1914-1949), Ian Kershaw atribuye el trágico descenso a los infiernos de las dos guerras mundiales a la coincidencia ominosa de cuatro poderosas fuerzas que arrasaron Europa como los cuatro jinetes del apocalipsis: la explosión del nacionalismo, las demandas de revisión territorial, el conflicto social agudo y una prolongada crisis del capitalismo. Es lícito preguntarse si estas mismas fuerzas, aunque acaso con un grado menor de virulencia, no están presentes en esta hora del continente, dirigido como hace un siglo por élites sonámbulas.
La campaña británica contra la Unión Europea usó imágenes dramáticas del flujo de refugiados en ruta hacia Alemania, mientras el holandés Rem Koolhaas habló en España sobre la vigencia política del proyecto europeo.
Nuestra crónica tiene su primer bosquejo en Londres, donde el 16 de junio se inaugura la nueva Tate con una fiesta multitudinaria que se extiende desde el antiguo museo (ahora Boiler House) y la Sala de Turbinas hasta el mirador que corona la ampliación (denominada Switch House), con una vista de 360 grados sobre esta metrópoli insomne de perfil cambiante, al borde de un Támesis donde el día anterior se ha desarrollado una áspera e incruenta batalla naval entre los partidarios del Brexit y el Bremain. Nick Serota, que deja la dirección de la Tate después de casi treinta años al frente de la misma, está orgulloso de haber introducido el arte contemporáneo en una ciudad que hace dos décadas lo ridiculizaba, pero hablando con Jacques Herzog y Pierre de Meuron entre las obras de la hoy inevitable Louise Bourgeois —en una de las exposiciones monográficas de la apertura— nos preguntamos con melancolía si esta nueva Tate no será el último hurra de la Inglaterra cosmopolita, y la fiesta del arte se dispersa finalmente bajo una lluvia torrencial.
Una semana más tarde, el día 22, y en un París que ha superado las inundaciones provocadas por la subida del agua del Sena, Dominique Perrault ingresa en la Académie des Beaux-Arts bajo la cúpula del Institut de France, recibido por el también académico Aga Khan, con quien hemos estado quince días antes reunidos en Ginebra como miembros del jurado de su premio de arquitectura, que desde hace cuatro décadas nos abre a los europeos una ventana fascinante sobre el mundo islámico. A esta gran fiesta de la arquitectura francesa se incorpora más tarde el presidente de la República —en un día difícil para él, la víspera de una huelga general que creará el caos en el tráfico de París y en los aeropuertos—, y François Hollande pregunta cortésmente por nuestras elecciones del domingo, lo que anima a mencionarle el referéndum británico del día siguiente como acaso el mayor riesgo para un continente conmocionado por la inmigración.
Todavía bajo el impacto de los inesperados resultados en las urnas británicas del 23 y las españolas del 26, el 29 de junio inauguramos en Pamplona el IV Congreso Internacional de la Fundación Arquitectura y Sociedad con Rem Koolhaas y el rey Felipe VI como figuras estelares, y ninguno defrauda: el arquitecto de Rotterdam defiende la actividad política para enfrentarse a las grietas que el nacionalismo populista está abriendo en la Unión Europea, y el monarca pone énfasis en la urgencia de los desafíos provocados por el cambio climático. Pero ambos mencionan igualmente —como yo mismo en la introducción del Congreso— el atentado del aeropuerto de Estambul del día anterior, una acción terrorista del ISIS que dos días después golpearía en Dacca, y dos días más tarde en Bagdad, sacudiendo nuestras conciencias y exponiendo nuestra vulnerabilidad. Aunque el monarca nos comentaría a un grupo de arquitectos que aún cabe esperar lo que The Economist llama el Breversal, Europa se halla en una encrucijada histórica, y bajo el sol detenido, en el hemisferio norte iniciamos el estío enfrentados a un oscuro paisaje con nubes de sangre y sombra.