Valencia la gravedad y la gracia

La botadura de la Copa América, que estrenó obra emblemática, un accidente en el metro y la visita del Papa coincidieron este mes en la ciudad mediterránea.

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El País
15/07/2006


Valencia vive un verano de vaivenes vertiginosos: del viento en las velas a las víctimas de los vagones, y de ahí a la visita vaticana. En unos días ha transitado de la exaltación vigorosa de las victorias náuticas al abatimiento veloz del viacrucis ferroviario, para buscar un consuelo volátil en la voz pastoral de un papa filósofo. Durante el primer fin de semana de julio, doce barcos de cinco continentes participaron en la competición más antigua del mundo, cuya sede para esta edición obtuvo Valencia —frente a casi un centenar de ciudades candidatas— en 2003, y la última regata preparatoria de este año para la Copa América de 2007 sirvió de ocasión para inaugurar el llamado Foredeck, un edificio mirador proyectado y construido en sólo 11 meses por David Chipperfield y b720/Fermín Vázquez como centro y símbolo del evento. Pues bien, el lunes siguiente a la fiesta deportiva, la estación de Jesús fue escenario del más grave accidente de metro ocurrido en España, y sus más de cuarenta víctimas mortales mudaron al duelo el clima de la ciudad, sin que el fervor multitudinario de la visita papal del siguiente fin de semana consiguiera disipar por entero el dolor de unas familias solidarias y desoladas.

La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Calatrava fue escenario de la visita papal, mientras el nuevo edificio de Chipperfield en el puerto acogió los fastos de inauguración de las regatas preparatorias de la Copa América.

Desde 1934 hasta su muerte en 1943, la escritora mística francesa Simone Weil redactó un diario que se publicó de forma fragmentaria y póstuma bajo el título La gravedad y la gracia: dos palabras que expresaban la oposición entre el peso del mundo y la ligereza del espíritu, pero que resumen también adecuadamente el contraste entre la solemnidad grave de la muerte que golpea como tragedia colectiva y la liviandad grácil del acontecimiento mediático, sea éste deportivo o religioso, que congrega la atención de las masas alrededor del espectáculo o el mensaje. Valencia se ha desplazado del ajetreo inmaterial de las brisas y los barcos frente a un mirador en vilo hasta el drama sombrío de una catástrofe humana en un laberinto subterráneo, para cerrar el círculo con las arquitecturas efímeras y las palabras aladas de una concentración piadosa que eligió las formas aéreas de Santiago Calatrava como telón de fondo. Gravedad y gracia son términos que convienen al ánimo cambiante de la ciudad, y que se ajustan igualmente al carácter contradictorio del edificio de la Copa América cuya botadura festiva inició esta semana de pasión.

El Foredeck de la Copa América, bautizado como Veles e Vents, se forma con varias plataformas en voladizo que enmarcan las vistas y protegen del sol a espectadores y visitantes, alzándose en el muelle como un hito abstracto.

El Foredeck de Chipperfield y b720 (denomina-do también Veles e Vents en homenaje a un poema de Ausiàs March), que los arquitectos ganaron en concurso frente a competidores como Jean Nouvel, Von Gerkan y Marg, Carlos Ferrater o Alejandro Zaera, es un edificio mirador formado por cuatro grandes plataformas que se levantan con aplomo escultórico en el extremo de la dársena, y que se ex-tienden a lo largo del nuevo canal con un aparca-miento de 800 vehículos y un paseo ajardinado que enlaza este hito del puerto deportivo con el frente marítimo y la playa de la Malvarrosa: «la playa de Sorolla y de Blasco Ibáñez», como la describe la alcaldesa Rita Barberá mientras almorzamos en Las Arenas, un gran hotel nuevo de estilo clasicista que ofrece un contrapunto de opulencia a las geo-metrías depuradas del Foredeck, donde la gravitas de la obra de Chipperfield se disuelve en la claridad mediterránea de los grandes voladizos, forrados de acero esmaltado en blanco que los hace parecer in-grávidos; una impresión acentuada por la transparencia del cuerpo principal y los casi imperceptibles petos de vidrio del perímetro.

Las amplias terrazas sombreadas —de uso público en los dos niveles inferiores y restringido a los invitados de la organización en los dos últimos—son desde luego la esencia del proyecto, y es en ellos donde se desarrolla la actividad del edificio: la acogida de visitantes y el seguimiento de las regatas durante el día, las fiestas de los patrocinadores y el encuentro de los tripulantes por la noche. Cada uno de los doce equipos tiene su propia base en el puerto—unas construcciones provisionales que contienen talleres, gimnasios, comedores, oficinas, tiendas y zonas de recepción para invitados y prensa, entre las que es obligado destacar la levantada por Renzo Piano para Luna Rossa, el barco italiano patrocina-do por Prada, con un inteligente revestimiento de velas recicladas y una boutique en la última planta a la que se llega por escaleras mecánicas—, pero sólo el Foredeck reúne a todos en terreno neutral, y lo hace con una naturalidad y una elegancia que hace difícil imaginar otro proyecto en ese lugar. Los plazos de diseño y ejecución han sido tan reducidos (debido a los retrasos causados por el cambio de gobierno en Madrid y la pugna política ulterior por el control del evento) que la obra adolece de pequeñas imperfecciones en detalles y remates que mortifican a Chipperfield, y el británico recibe la enhorabuena de la Ministra de Fomento Magdalena Álvarez—en atuendo náutico para seguir la regata desde el mar— más atento a subrayar las cosas aún pen-dientes que a felicitarse por lo ya realizado.

Es una actitud apropiada para un arquitecto de testaruda exigencia en la calidad material de sus edificios y de obsesivo espíritu autocrítico en su trabajo; sin embargo, el Foredeck valenciano prueba precisamente la fuerza de las ideas arquitectónicas, la resistencia robusta del concepto frente a las precipitaciones o los malentendidos, porque la propuesta inicial de losas en levitación, con terrazas en sombra y cantos luminosos que definen una abstracta escultura geométrica, reconcilia de manera tan persuasiva las necesidades funcionales del mirador con las necesidades plásticas del hito que ningún menudo defecto o error puede lesionar el resultado. Su ligereza es quizá —como quería Weil—la de las ideas en pugna con la materia, pero acaso también la que conviene a un mundo liviano in-compatible con la gravedad severa de las certezas intemporales, una circunstancia líquida que produce tanto desasosiego a Joseph Ratzinger como ocasionaba a su compatriota Karl Marx, que hace siglo y medio describía la experiencia de la modernidad en el Manifiesto Comunista con una fórmula que haría fortuna: «todo lo sólido se disuelve en el aire». En este verano valenciano de gravedad y de gracia, el edificio ingrávido de Velas y Vientos refleja mejor el talante emprendedor y el dinamismo esperanzado de esta ciudad vital que el colosalismo retórico de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, escenario éste donde el sucesor de Pedro emitió su mensaje de ágape y consuelo. La próxima visita del Pescador, en barca, y su próxima homilía, desde el mar.


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