Opinión 

La celebración de la comunidad

Luis Fernández-Galiano 
31/12/2018


La construcción de la continuidad se extiende sin suturas con la celebración de la comunidad. Si en la primera etapa de la vida profesional de David Chipperfield debía destacarse la persistencia del lenguaje material y el invariable respeto del contexto, su época de plena madurez se enhebra con el hilo conductor del compromiso cívico. Ese compromiso se manifiesta en sus modélicas intervenciones en entornos patrimoniales, donde el diálogo con la historia expresa la voluntad de dar forma y relevancia a la memoria comunitaria; se advierte también en sus magistrales proyectos de museos, que ofrecen un marco neutral y luminoso para el arte y la cultura, abriendo esos reductos a la sociedad que los crea; está igualmente en sus edificios comerciales o corporativos, que además de atender a sus responsabilidades con empleados, clientes y el medio ambiente, responden generosamente a las demandas del dominio público; lo hallamos desde luego en la materialidad exquisita de tantas de sus obras, que son testimonio simultáneo de su destreza constructiva, de su respeto por la sabiduría anónima de la artesanía y de su esfuerzo por mejorar la resiliencia cívica con arquitecturas duraderas; y se encuentra por último en sus conjuntos residenciales, que reconcilian admirablemente la intimidad privada con la presencia pública, celebrando la vida cotidiana para colocar todo aquello común y compartido por las gentes en el centro cordial de la arquitectura y de la ciudad.

Si estos rasgos de compromiso cívico y celebración comunitaria penetran capilarmente en la obra que desde los estudios de Londres, Berlín, Milán y Shanghái se extiende por innumerables latitudes y husos horarios, el arquitecto David Chipperfield —que como tal interviene activamente en instituciones como el Soane Museum o la Royal Academy of Arts— se convierte en el ciudadano David Chipperfield cuando decide participar en los debates cívicos en Gran Bretaña o Alemania, y aún más cuando pone en marcha una fundación en la Galicia que durante décadas ha acogido sus vacaciones para contribuir a preservar su paisaje promoviendo el desarrollo sostenible, en una singular metamorfosis del veraneante en activista que habla elocuentemente de la dimensión ética de su participación en la vida de una comunidad. Esta intervención en los asuntos colectivos no es extraña a la profesión de arquitecto, cuyo trabajo en ámbitos ciudadanos le da una perspectiva muy amplia del tejido de necesidades e intereses que confluyen en la toma de decisiones políticas o urbanas; pero es menos habitual en una época que ha visto a los profesionales abdicar de su responsabilidad pública, y todo ello hace especialmente valioso el compromiso del arquitecto con lo comunitario. Su dirección de la XIII Bienal de Venecia eligió para la exposición el título de ‘Common Ground’, y es éste un lema que vale igualmente para su persona y para su obra. 

Luis Fernández-Galiano



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