Coloquio de los perros

Primavera

Luis Fernández-Galiano 
30/04/2008


Cuando voy a Valencia, hay dos ritos que cumplo escrupulosamente: una visita a la Lonja, el mejor gótico civil del Mediterráneo, que el maestro Pere Compte levantó en el siglo XV con ocho columnas salomónicas de dieciocho metros de altura que se abren como palmeras; y una paella en la playa de la Malvarrosa, dejando que el arroz se funda con la brisa tibia y las sombras azules del mediodía en esta tierra sensual. Esta ocasión no es diferente, pero los lugares habituales están sacudidos por el frenesí de la Copa América, que se celebra en estas aguas tras conseguir la ciudad, en pugna con otras cien, la organización de un evento que no podía llevarse a cabo en la Suiza sin mar del último ganador del trofeo, el Alinghi.

El rascacielos helicoidal de Calatrava en Chicago será un hito urbano, como lo es ya la Ciudad de las Artes y las Ciencias para Valencia.

En la costa, los veleros que esperan desafiar al actual defensor del trofeo compiten frente a la multitud que se reúne en los muelles del nuevo puerto, mientras los visitantes VIP usan las terrazas en voladizo del Foredeck de David Chipperfield, cuyo exclusivo restaurante sirve más sushi que paella. Y enfrente de la Lonja, toda la atención se la lleva el mercado Art Nouveau que ha seleccionado Miuccia Prada —que también escogió a Renzo Piano para construir la base del sindicato en el puerto —para celebrar una gran fiesta poco antes de que su Luna Rossa venciera al Oracle de Estados Unidos, y elegido igualmente como su edificio favorito por Bernie Ecclestone, que está en Valencia para lanzar un nuevo circuito urbano de la Fórmula-1 que unirá los escenarios de la competición náutica con la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Santiago Calatrava, el colosal conjunto que también sirvió como escenario de la visita del Papa en 2006. Después de todo, la presencia de Calatrava en el imaginario colectivo es tal que su arquitectura no podía perderse la cita con el mayor evento deportivo celebrado en su ciudad, que está a toda prisa construyendo una plaza cubierta con una marquesina de setenta metros de altura y un coste de cincuenta millones de euros para albergar la ceremonia de clausura de la Copa América.

Así que no es de extrañar que este crítico resulte inevitablemente secuestrado por el talante festivo del lugar, vea torsos, torsiones y agujas de Chicago en los pilares salomónicos de la Lonja, encuentre ecos de Calatrava en los caparazones de crustáceos y en las raspas de pescado de su paella, y acabe oyendo un coloquio de ladridos en sordina en el sopor impreciso que sigue a la comida. Oír hablar a perros no parece sorprendente en esta ciudad de milagros, y el que usen los nombres que dio Cervantes a la locuaz pareja de las Novelas ejemplares desdibuja los límites entre el sueño y la ficción; pero los perros parecen ser expertos en arquitectura y música, una circunstancia singular que mantiene al crítico despierto y atento, tratando de vencer la tentación de la siesta bajo la sombra amable del toldo de cañas.

El futurismo del Palacio de las Artes valenciano ha sido admirado por sus espacios fluidos y su apariencia dinámica, y a la vez censurado por sus deficiencias funcionales y el tradicionalismo de la sala italiana en herradura.

Cipión. Berganza amigo, hace demasiado calor para vagar por la playa, y en este cobertizo podemos hallar arena fresca en la que tumbarnos y algunas sobras para llenar la panza, que ya empieza a rugir.

Berganza. Cipión hermano, compartiremos lo que encontremos, pero la mayor parte de los huéspedes parece estar aún afanándose sobre sus platos, así que a lo mejor tenemos que aguardar un rato.

Cipión. Mientras tanto, podrías decirme algo sobre tu excursión a ese recinto que llaman Ciudad de las Artes y las Ciencias, el más extraordinario conjunto que me haya tocado ver, y en el que todavía no he osado adentrarme, porque me produce asombro y espanto. ¿Es un buen sitio para encontrar abrigo y comida, y acaso compañía?

Berganza. Abandona toda esperanza de hallar compañía deleitosa, porque los pocos perros que he visto iban con correa, y cuidado con no acabar atado tú también. Criaturas libres no eran, y los perros abandonados se morirían de hambre en ese desierto calcinado. Las colosales construcciones no dejan sitio donde esconderse o buscar refugio discreto, los restos son escasos y apenas comestibles, como si los visitantes de estos templos pavorosos se alimentasen de plástico. Sólo las tropas de escolares dejan un rastro decente de panes mordisqueados. No, estos tinglados de la playa son mejores residencias para perros como nosotros.

Cipión. Veo que los llamas templos, y supongo que lo dices porque las construcciones son tan vastas y monumentales que resultan apropiadas para el culto de los dioses, aunque qué tipo de dioses no lo sé. ¡El dios de los perros, desde luego que no!

Berganza. Nuestro dios es una sombra y una corteza de pan. Los suyos son más imponentes, la ciencia y el arte, aunque por lo que pude ver, el Museo de la Ciencia se ocupa más bien de la diversión, y el recién reabierto Palacio de las Artes se dedica al espectáculo, que sobre todo suministra el propio edificio, varado en el sitio como una nave espacial extraviada en el tiempo durante un viaje estelar.

Cipión. ¡Ahora me recuerdas a nuestra antecesora Laika, que precedió a los humanos en los viajes espaciales! Pero vigila tu lengua, Berganza amigo, porque al citar la diversión y el espectáculo como propósitos de este empeño monumental te estás comportando como esos predicadores a los que nada complace, y nada es lo suficientemente sagrado.

Berganza. Quizá tienes razón, Cipión, y no deberíamos lamentarnos acerca de los dioses de los humanos, por triviales y vanos que parezcan. ¡A fin de cuentas, no somos nosotros los que pagamos la cuenta, y los trescientos millones de euros del Palacio no se habrían empleado de seguro en alimento y albergue para perros! Nuestra sola esperanza es que nos hagan animales sagrados, en una nueva religión que promueva un amigo de la fauna doméstica.

Cipión. Doméstico no me siento, y en lo que toca a la religión, ¿no es la música un digno objeto de culto? Si quitas el pico de acero de 240 metros que sobrevuela el Palacio, y los dos caparazones revestidos de trencadís blanco semejantes a lo que en seres inferiores se llama exoesqueleto, se diría que no queda sino una ópera de las de siempre, con herradura y todo. Esto me han dicho. Pero tú has estado allí, y podrás darme más detalles. Más allá del asombroso perfil, ¿hay una buena sala donde la música pueda ejecutarse y ser venerada por aquéllos para los que no hay nada más digno de devoción? Ya sabes que se dice que estos templos del sonido deben de juzgarse con los ojos cerrados.

Berganza. Cerrados desde luego, porque estos grandes teatros italianos en herradura tienen muchos asientos desde los que apenas se ve el escenario, y el público de la ópera tiene el desconcertante hábito de intentar complacer su mirada, y sólo cuando les persuadamos de mantener los ojos cerrados obtendrá la obra el aplauso que sin duda merece. Yo no conseguí entrar, pese a mi amistad con un perro policía que husmea la sala buscando bombas cuando se anuncia la presencia de una autoridad en el concierto, pero merodear en las galas con la esperanza de pillar alguna sobra del convite me ha dado algunas pistas.

Cipión. ¡Algunas pistas, y razonas como un experto! Pero advierto que te hallas con ánimo satírico, y debo reiterarte que refrenes la lengua. Como dice mi tocayo en el coloquio cervantino «consentiré que murmures un poco de luz, y no de sangre».

Berganza. Cipión amigo, me acusas de razones rebuscadas, ¡y ahora te acompañas de citas literarias! No me voy a quedar atrás, y repetiré lo que oí que dijo un cierto Foucault, cuando los críticos lo atacaban sin desmayo ni piedad: «Blanchot enseña que la crítica se fundamenta en la atención, la presencia y la generosidad». ¡Un buen tipo, este Blanchot! Pero me aprovecharé de tu licencia para murmurar un poco y dejaré caer algún comentario ocioso, porque tuve el privilegio de escuchar un diálogo entre los críticos musicales de los dos principales periódicos de España, por cierto enfrentados en el campo político, cuando el Palacio de las Artes se inauguró en octubre de 2005.

Cipión. ¡No sabía que estabas por entonces en Valencia! La Reina vino para abrir la ópera con un programa español que incluía fragmentos de Carmen bajo la batuta de Lorin Maazel. Pero fue una inauguración prematura, y el teatro cerró de nuevo hasta esta primera temporada.

Berganza. Sí, ya estaba aquí, y veo que tienes muy buena memoria. La inauguración fue, como diría un pedante, infeliz, y los críticos estaban decepcionados. Estirando la oreja, oí cosas como «cultura de las apariencias», «imperio de lo efímero», «vanidades », «exhibicionismo», «fuegos artificiales» y «cultura del despilfarro» del crítico de El País; y «lo peor es que ya no puede arreglarse», «cuando entré en la sala me quedé de piedra», «no se puede construir un teatro del siglo XXI con las reglas del XVIII y el XIX» y «nunca en mi vida he tenido una decepción así», del crítico musical de El Mundo. Una rara unanimidad, si se me permite la expresión.

Los anuncios muestran la gran popularidad de la arquitectura de Calatrava, símbolo ciudadano en Santa Cruz de Tenerife, Lisboa o Valencia, y eficaz argumento de marketing inmobiliario en la torre residencial de Chicago.

Cipión. ¿Y ha sido mejor esta vez? Porque, pese a las deficiencias funcionales y al accidente que dejó inútil la maquinaria escénica durante casi toda la temporada, el programa era mucho más ambicioso, con una producción nueva de la Tetralogía de Wagner a cargo de La Fura dels Baus y Zubin Mehta. Comenzando con El oro del Rin y La valquiria, para seguir con Sigfrido en 2008 y El crepúsculo de los dioses en 2009, hasta un ignorante musical como yo puede ver que intentaron dar la campanada.

Berganza. Ycon éxito, por lo que oigo, con Juha Uusitalo como Wotan y Jennifer Wilson como unaBrunilda con toques de Papagena. Sin papeles para perros, me temo, ni siquiera para los parlantes como nosotros. Quizá Wagner y La Fura casan bien con la grandilocuencia de Calatrava, quién sabe. El arquitecto debe estar complacido, porque el arranque wagneriano fue el inicio de un mes de mayo en el que ha estado en los periódicos prácticamente todos los días, aunque no siempre por buenas razones.

Cipión. Sí, también yo me he dado cuenta de su ubicua presencia en las conversaciones últimas, pero me inquieta que puedas deslizarte de nuevo en lo que mi tocayo llamaba «la maldita plaga de la murmuración, y dale el nombre que quisieres, que ella dará a nosotros el de cínicos, que quiere decir perros murmuradores».

Berganza. No te precipites a detenerme, mis comentarios eran inocentes. No hay daño en recordar que en este mes ganó una primera batalla legal contra el Ayuntamiento de Bilbao, que había permitido desfigurar su puente peatonal sobre el río con una pasarela torpemente adosada por Isozaki; siguió teniendo problemas en Venecia, donde un nuevo estudio de estructuras ha retrasado la construcción de otro puente suyo, en este caso sobre el Gran Canal; logró la luz verde definitiva para su rascacielos de Chicagoque, como dice su esposa Robertina, será conocido como ‘el Calatrava’ cualquiera que sea la denominación del promotor; obtuvo dos grandes nuevos encargos, una estación de ferrocarril en Huelva y una ópera en Palma de Mallorca, esta última un proyecto de cien millones de euros que el presidente de la región no pudo anunciar porque la comisión electoral entendió que se usaba al arquitecto como un reclamo político; es —casi— el único arquitecto vivo y el único español en el lanzamiento masivo de una serie de libros sobre ‘los doce genios de la arquitectura del siglo XX’; y es el objeto de un megalibro publicado por Taschen, que se describe a sí misma como «editora de arte, antropología y afrodesia». La obra de Santiago Calatrava pertenece probablemente a cualquiera de esos campos, así que espero que no me avergüences por mi comportamiento perverso.

Cipión. Ya basta. Cuando no pareces un relaciones públicas de Calatrava, te entregas a la murmuración tóxica. Si el Papa, la Copa América y la Fórmula- 1 de Ecclestone quieren todos a Calatrava como telón de fondo, sin duda significa algo. Los edificios emblemáticos pueden ser triviales y caros, pero ¿por qué compiten por ellos las ciudades?

Berganza. Olvídate de la arquitectura, veo que un camarero complaciente ha dejado algunos restos de las comidas sobre un periódico, ¡y mis tripas me están matando!

Cipión. Pero ten cuidado con practicar tus incipientes hábitos de lectura en el periódico, ¡porque seguro que te topas con Calatrava! 

Cuando abrí los ojos vi a los perros royendo algunos huesos detrás del cobertizo, y todavía soñoliento tras la paella recordé la última que compartí con la alcaldesa de la ciudad, una dama de armas tomar a la que he visto regañar a Norman Foster y a David Chipperfield, pero a la que no puedo imaginarme sino entregada a Santiago Calatrava.


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