Opinión  Exposición  Premios 

Laureles de mayo

Foster en París, Chipperfield en Atenas

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Laureles de mayo

Foster en París, Chipperfield en Atenas

Luis Fernández-Galiano 
01/06/2023


Dos arquitectos británicos con fundaciones en España fueron celebrados durante el mes de mayo: Norman Foster inauguró la mayor retrospectiva de su obra en el Pompidou parisino, y David Chipperfield recibió el Premio Pritzker en el ágora de Atenas. Ambos eventos fueron también celebraciones complementarias de la arquitectura europea, que pese al declive económico y demográfico del continente sigue mostrando una densidad intelectual y estética difícil de hallar en otras regiones del planeta. Los sesenta años de carrera de Foster dibujan un trayecto de reiterada anticipación del futuro, consciente de que lo único permanente de nuestras vidas es el cambio; y los cuarenta años de trayectoria de Chipperfield trasladan un empeño testarudo por proteger el pasado, atento siempre a la continuidad en nuestros edificios y ciudades. Innovación y tradición coexisten en el espíritu de un continente cuyo rico acervo patrimonial no le impide proyectarse hacia el porvenir, y es seguramente simbólico que la muestra parisina se realizara en la obra que mejor ha expresado la ambición visionaria de la arquitectura, y la ceremonia ateniense, en el marco histórico que más elocuentemente resume las raíces culturales y políticas de la democracia europea.

El 9 de mayo es el día de Europa por ser esta la fecha de 1950 en que se hizo pública la Declaración Schuman, primer paso hacia una integración europea basada en el doble pilar de la paz y la solidaridad, y aunque la inauguración de la exposición de Foster fue precisamente ese día, ninguna de las autoridades francesas intervinientes mencionaron en sus discursos esta coincidencia, que habría permitido glosar lo estimulante de reunirse en París en un edificio diseñado por un italiano y un británico, subrayando de qué manera la arquitectura da forma y prefigura el sueño europeo. Por su parte, el galardón de Chipperfield se entregó en presencia del primer ministro de Grecia, cuya esposa aprovechó la presencia de numerosos ciudadanos del Reino Unido para reclamar desde la tribuna la devolución de los mármoles de Elgin —las esculturas del Partenón que hoy se exponen en el Museo Británico de Londres—, y para sugerir que el Pritzker se otorgue a un arquitecto griego, pero no utilizando la ocasión para felicitarse por los vínculos que entre los europeos genera el mercado común de la arquitectura y los proyectos.

Meses después de la clausura de la muestra colosal de Foster —que solo con la primera sala, que expone un extraordinario conjunto de dibujos, merece ya la visita— el Pompidou cerrará sus puertas durante cinco años, dejando la presentación en París del arte último en manos de dos museos promovidos por magnates de la moda, el retóricamente expresionista construido por Frank Gehry para Louis Vuitton en el Bois de Boulogne y el refinadamente geométrico levantado por Tadao Ando para la Colección Pinault en la histórica Bolsa de Comercio. Atenas, a su vez, espera la remodelación y ampliación de su deslumbrante Museo Arqueológico Nacional, que llevará a cabo el propio Chipperfield con el respeto y la elegancia de que ha dado sobradas pruebas en Berlín; y mientras tanto tiene que sufrir las polémicas intervenciones en la Acrópolis y el desafortunado museo construido a sus pies por Bernard Tschumi. Los laureles de mayo han dejado un sabor agridulce, que enreda los fulgores de los arquitectos celebrados con las penumbras del proyecto europeo.


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