Opinión 

Serio ludere: la máquina Mazzanti

Luis Fernández-Galiano 
03/12/2021


Giancarlo Mazzanti se toma el juego en serio, acaso como ningún otro arquitecto desde Aldo van Eyck. El holandés construyó más de 700 parques de juego en Amsterdam a lo largo de 30 años, integrando esos espacios lúdicos y abstractos en la vida cotidiana de una ciudad que se recuperaba del trauma de la II Guerra Mundial, y el colombiano procura reparar las cicatrices sociales de la desigualdad y la violencia con jardines infantiles y campos de juego que se reparten por el país llevando un mensaje de regeneración y esperanza. A diferencia de los también innumerables playgrounds construidos por Robert Moses en Nueva York, que podrían imaginarse inspirados por el homo faber teorizado por Henri Bergson en su separación física entre el espacio del trabajo y el del ocio, los ámbitos de Van Eyck son deudores del homo ludens acuñado por su compatriota Johan Huizinga en su empeño por desdibujar los límites del juego para que este colonice la vida urbana, y Mazzanti lleva esta visión un paso más allá al hacer del propio proyecto un juego serio.

Serio ludere es algo más que un oxímoron usado por los humanistas del Renacimiento y rescatado por Omar Calabrese para describir una edad neobarroca donde las artes están fertilizadas por el caos ordenado de las ciencias, desde las estructuras disipativas de Prigogine o los fractales de Mandelbrot hasta las catástrofes de Thom. En contraste, el serio ludere del equipo Mazzanti se enfrenta a los desafíos del diseño articulando la cohesión social a través de la participación comunitaria en juegos que usan sistemas modulares y reglas de ensamble para conciliar la organización con la versatilidad, extendiendo el vínculo entre el juego y las vanguardias que ofrece tantos ejemplos —desde la educación con bloques Froebel de Wright, Le Corbusier o Fuller hasta el Vorkurs de Itten en la Bauhaus—, y que entre nosotros ha investigado Juan Bordes. Si la infancia y el arte se asocian en los albores de la modernidad a través de los juguetes influidos por Pestalozzi, Mazzanti da nueva savia a ese tronco común con los juegos serios que le inspira Malaguzzi.

Este otoño se expone en Madrid ‘La máquina Magritte’, donde Guillermo Solana presenta la obra del belga recordando la fantasía de la máquina de pintar para explorar el método que permitía al artista multiplicar las variantes de sus lienzos a partir de unos pocos motivos, e incluso generar estos a través de un juego azaroso y combinatorio que añade, sustrae o permuta. Por más que lejos de la poética surrealista, es tentador identificar una ‘máquina Mazzanti’ para explicar los procedimientos compositivos del equipo aglutinado en torno al arquitecto de Barranquilla: sea un parque infantil, unos estadios deportivos o el gran proyecto de campus biomédico de Roma, el resultado no proviene de un diseño cerrado, sino de unos módulos elementales que se combinan mediante reglas. En esos campos de juego —acotados en sus dimensiones y gobernados por normas como las competiciones deportivas— libra sus partidos el equipo, y en esos ámbitos políticos y sociales desarrolla su trabajo de innovación y reflexión un arquitecto que se toma el juego muy en serio.  


Etiquetas incluidas: