Opinión 

Religión secular

El espectáculo de la arquitectura sagrada.

Opinión 

Religión secular

El espectáculo de la arquitectura sagrada.

Luis Fernández-Galiano 
07/03/1998


Las botellas-lucernario ideadas por Steven Holl refuerzan con efectos cromáticos su presencia en la capilla de San Ignacio del campus de la Universidad de Seattle, que se conforma como un pequeño teatro litúrgico.

La religión pertenece al siglo. La vieja distinción entre la eternidad divina y la temporalidad secular se desvanece cuando la religión se hace política y el culto se transforma en espectáculo. En el mundo contemporáneo, la fe privada se ha hecho pública, y la Iglesia se confunde con el Estado en una amalgama que censuran a la vez los defensores del misterio sagrado y los abogados de la razón civil. Pero el pulso planetario del espectáculo finimilenario hace latir por igual lo divino y lo humano en los recintos escenográficos de la piedad moderna. Una pequeña capilla jesuita en el Pacífico y una gran iglesia franciscana en el Adriático ilustran bien la naturaleza teatral de la última generación de espacios sagrados.

Seattle es la ciudad de Bill Gates, pero también la de Frank Black: el jovial dueño de la compañía Microsoft y el atormentado protagonista de la serie Millennium componen el rostro luminoso y sombrío de un fin de siglo en el que coexisten la alta tecnología y la alta superstición, la magia amable de la microelectrónica y la fascinación ominosa por el misterio. En la Universidad de Seattle, regida por jesuitas, la tecnología parece ser más abundante que el misterio, y su rector quiso quizás equilibrar la balanza levantando una capilla en el campus. Tras invitar a varios arquitectos a dar conferencias allí, el padre Sullivan otorgó el encargo al que atrajo a un público más numeroso: éste resultó ser Steven Holl, un joven talento originario de Seattle y afincado en Nueva York, que con esta iglesia construye su primera obra importante en Estados Unidos.

El resultado es tan ameno, teatral y efectista como cabría esperar de su autor: sobre un cajón de hormigón perforado por ranuras se levantan seis lucernarios cerrados con vidrios de distintos colores, que iluminan el interior con luces indirectas y espectrales, y que brillan en la noche como faros de feria: amarillos, rosas, naranjas, azules y verdes. Dentro de la capilla, las paredes ingrávidas de yeso, recortadas y suspendidas como decorados de un ballet vanguardista, y la luz coloreada que resbala por las bóvedas caprichosas y entre las rendijas de los muros otorgan al interior el aspecto de un escenario escolar, simpático en el esfuerzo del tramoyista y excesivo en el celo del iluminador que maneja los focos de colores. Reuniendo las geometrías neoplásticas de sus viviendas en Japón con las luminiscencias cromáticas de su reforma de oficinas en Nueva York, Holl ha construido en Seattle un teatrillo litúrgico más próximo al estudio animoso de una televisión local que a los espacios enigmáticos de David Lynch, Millennium o Seven.

Más parecida a una sala de conciertos que a un templo, la iglesia diseñada por Renzo Piano es capaz de acoger hasta 30.000 de los devotos del Padre Pío que peregrinan al monasterio capuchino de San Giovanni in Rotondo.

En otro extremo del mundo, y para una iglesia de escala y naturaleza muy distinta, el genovés Renzo Piano ha recurrido también a las arquitecturas del espectáculo; pero en este caso la necesidad de albergar multitudes le ha llevado a utilizar la referencia de los grandes pabellones feriales y los recintos de los conciertos de rock. Son en efecto centenares de miles los creyentes que acuden cada año a San Giovanni Rotondo, en el sureste de Italia, atraídos por la figura legendaria del padre Pío, un capuchino cuyos estigmas, profecías y prodigios hicieron de su convento un lugar de peregrinación desde mucho antes de su muerte en 1968. Juan XXIII, entre otros, pensaba que al piadoso fraile le faltaban ‘algunas cuentas del rosario’, pero Juan Pablo II fue siempre un gran devoto del padre Pío, que en 1947 había ya predicho su futura elección papal, y a cuyas oraciones atribuye la curación milagrosa del cáncer de su amiga y consejera la doctora polaca Wanda Poltawska.

La previsible beatificación del padre Pío—el pasado 18 de diciembre fue declarado venerable, el paso inmediatamente anterior— llevó a emprender la construcción de una colosal iglesia, capaz de acoger hasta 30.000 peregrinos, que Piano proyectó como un gran hemiciclo de directriz espiral, cuya planta se abre en forma de concha de caracol con el incremento de la afluencia de fieles. Esta representación del crecimiento de las muchedumbres devotas se cubre con unos arcos radiales de hasta 50 metros de luz, construidos con sillares de piedra cortados con láser y armados con acero, en una proeza técnica que se propone ‘evocadora del espíritu de Brunelleschi’, el arquitecto renacentista que levantó la cúpula de la catedral de Florencia. Diseñados por el desaparecido ingeniero británico Peter Rice, estos arcos extravagantes —similares a los que realizó con Oriol Bohigas en el Pabellón del Futuro de la Expo sevillana— hacen de este rockódromo en forma de nautilus un abanico panóptico de gajos que dirige las miradas hacia la charnela escenográfica del altar. Todavía en construcción, la iglesia espera estar terminada cuando el capuchino de los estigmas alcance los altares, sumándose a la multitud abigarrada de santos y beatos consagrada por la hiperactividad canonizadora del actual pontífice, que con sus más de 270 santos ha superado el anterior récord, en manos de Pío XII con sólo 33.

La religión-espectáculo incita el fervor por los facsímiles. Reproducciones de San Pedro de Roma en Costa de Marfil, y de una iglesia uruguaya de Eladio Dieste en la provincia de Madrid.

Esta profusión de cifras que multiplica los sujetos y los objetos del culto lo mismo que las dimensiones de sus espacios alimenta, sin duda, la condición espectacular de la fe contemporánea. Pero la pequeña capilla del campus de Seattle muestra que la liturgia puede ser escenográfica sin llegar a ser colosal —la diminuta San Carlo alle Quattro Fontane de Borromini podría caber dentro de uno de los pilares miguelangelescos de la basílica de San Pedro—. Lo que la nueva generación de templos tiene de representación civil se manifiesta menos en la escala que en la estructura: la iglesia franciscana comparte con la capilla jesuita y con la mayor parte de los recintos religiosos actuales una fragmentación arbitraria de la forma que se compadece más con la pluralidad ambigua de la sociedad secular que con las certezas teológicas del dogma. La linealidad procesional de la basílica o la comunión circular del templo centralizado dibujaban las geometrías rotundas de la fe; el collage orgánico o escultórico de formas intuitivas retrata los paisajes mudables del albedrío en nuestra religión secular.

Iglesias y mezquitas, facsímiles sagrados

En la religión del espectáculo, las iglesias de autor son inseparables de la devoción por los facsímiles. Si las estatuas de los parques se sustituyen por réplicas, y si los monumentos se duplican en los parques temáticos, quizá no debiera producirnos escándalo que un iluminado tropical levante en la selva de Costa de Marfil una reproducción de San Pedro de Roma, ni debería suscitar más de una sonrisa el que los radiofónicos obispos madrileños construyan una colección de facsímiles de iglesias uruguayas. A fin de cuentas, las formas engendran las formas, y la mímesis es la clave de la reproducción. La producción copiosa exige el tipo, y ésa es la razón de que las 3.000 iglesias que han construido los polacos en la última década manifiesten tantos rasgos comunes. Aunque no tantos, desde luego, como las 1.500 mezquitas que se realizan en la Turquía laica cada año, y que se ajustan dócilmente al patrón tradicional, por más que los sucesores de Ataturk —aun desairados por el club cristiano de la Unión Europea— continúen su cruzada modernizadora contra velos y barbas. Pero esa tenacidad arcaica de la fe, vigorosa en un arco de crisis que se extiende desde el Afganistán de los talibanes al fundamentalismo de Argelia, es también la que mueve oportunistamente a Saddam Hussein a construir la mayor mezquita del mundo —que con su capacidad para 45.000 devotos supera a la inaugurada hace dos años por Hassan II— o a Fidel Castro a compartir la gira cubana del papa con el mismo entusiasmo que Bob Dylan. Sobre el escenario iluminado de los medios, el tiempo inmóvil de la fe se transubstancia en el tiempo efímero del siglo.


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