Lugares de encuentro o recintos de meditación, los espacios del espíritu celebran al mismo tiempo la comunión de los creyentes y la intimidad de la introspección. Sea en Occidente o en Oriente, los templos ofrecen escenarios para las liturgias del culto y ámbitos para la oración individual, reuniendo las demandas religiosas de urdimbre comunitaria con las necesidades personales de ensimismamiento reflexivo. Dentro de un mundo atomizado en un turbión de partículas elementales que se desplazan aleatoriamente, estos espacios suministran un marco de referencia para la escenificación de lo colectivo y para la coreografía de los vínculos que extienden su red protectora frente a las vicisitudes del azar; y en un mundo ensordecido por la algarabía de los mensajes y la agitación insomne de lo cotidiano, los espacios del espíritu brindan cobijo a la introspección fértil que blinda la conciencia frente al fragor de los acontecimientos.
Arquitecturas de la palabra o construcciones del silencio, esta especie de espacios recorre todas las escalas que separan la catedral de la celda, así como una variedad de propósitos que abarca desde el centro social hasta el umbráculo de cavilación, albergando con idéntica facilidad la solidaridad y el pensamiento. Pero cualquiera que sea su tamaño o su naturaleza, todos comparten la atención a la materia y a la luz, modelando sus espacios con texturas y claridades, acaso como si la mediación entre el culto público y la devoción privada tuviera su correlato en el diálogo entre la solidez grave de lo material y la levedad luminosa de lo inmaterial. Obras tantas veces experimentales por la laxitud de su programa desvanecidas ya en casi todos los casos las rigideces protocolarias de la liturgia—, y estimulantemente inventivas por la frecuente libertad de su sección, los templos son todavía hoy cantera de ideas y de formas.
Se atribuye al escritor, crítico de arte y político francés André Malraux la afirmación rotunda de que «el siglo xxi será espiritual o no será», una cita dudosa que ha servido de pórtico para numerosas declaraciones y manifiestos de fe tradicionalista, sin advertir o eludiendo la capacidad transgresora de lo trascendente y la fuerza subversiva de las creencias. En nuestros días, que han visto cómo el ‘conflicto entre civilizaciones’ se deslizaba insensiblemente hacia el ‘conflicto entre religiones’, y donde los credos no son a menudo soportes de lo establecido sino caudalosos torrentes subterráneos que minan los cimientos de lo existente, sería deseable que los espacios del espíritu fueran sin excepciones recintos de tolerancia y de reconciliación, lugares en efecto de encuentro y de meditación, recursos comunitarios y refugios individuales frente a las tormentas del siglo. Si el espíritu sopla donde quiere, ojalá lo haga en esta dirección.