Opinión 

Propiedad vertical


Sher Maker, Cabaña Wood and Mountain, Chiang Mai (Tailandia)

Las bicicletas y las casas son para el verano. Los números de casas se publican coincidiendo con la buena estación, porque solo el clima benévolo es compatible con el disfrute cabal de la vivienda unifamiliar. La promesa de felicidad incorporada en la arquitectura doméstica se extiende al paraíso abreviado del jardín y al icono multiplicado de la piscina, donde la piel desnuda declina el placer térmico. Y sí, Gaston Bachelard y sus émulos nos han hablado del refugio invernal, donde el chisporroteo del fuego en la chimenea convoca las historias que sitúan la amenaza en el viento helado que sitia la casa. Pero ese reducto cálido que nos alberga como un útero palidece frente al encanto unánime de la residencia veraniega, abierta a la brisa y al paisaje como se abren los poros en el agua muy caliente del baño. La experiencia colectiva de quienes habitamos en ciudades densas asocia la casa al tiempo entre paréntesis de la vacación o el asueto, y la oferta de libertad de sus espacios a los días sin pauta laboral o a las horas sin agenda de compromisos o deberes.

Enfrentados a la hoguera de vanidades de la casa a medida, donde los arquitectos fingen retratar al cliente con la esperanza de que se reconozca el parecido, resulta inevitable echar de menos la homogeneidad sociológica de la medianería urbana y la propiedad horizontal. Sin embargo, ese narcisismo de las pequeñas diferencias es tan legítimo como la defensa de la personalidad individual, que en la vivienda exenta conjuga los rasgos del dueño con el lenguaje del autor, de una forma no muy diferente a la de los retratos pictóricos, donde el carácter del representado se hibrida con la manera del artista para alcanzar en ocasiones obras memorables. Lo propio sucede en la arquitectura de la casa, y aunque incomode esa propiedad vertical incompatible con la sostenibilidad energética y ecológica, también de cuando en vez alumbra resultados deslumbrantes. Así que censuraremos la multiplicación de residencias suburbanas, pero dejaremos un hueco de reconocimiento para aquellas pocas que trascienden su razón utilitaria para golpearnos con su razón estética.

Por más que las casas sean para el verano, su adaptación a los diferentes climas donde se levantan establece continuidades y rasgos que han permitido crear la ficción útil de las arquitecturas regionales, templando la individualidad insurgente de los casos más extremos con pautas donde temperaturas, humedades, vientos dominantes o régimen de lluvias entran en sintonía con materiales, técnicas y culturas constructivas para crear patrones compartidos, de manera que la personalidad afirmativa del proyectista o el cliente se someta a una norma material que le obliga a entrar en una conversación colectiva. El clima, que coloniza los diálogos de ascensor en la ciudad densa, resulta ser también el vector que socializa la construcción de viviendas exentas: exentas de medianeras y exentas de propiedad horizontal, pero no ajenas al diálogo formal y material con sus vecinos climáticos. Y no es necesario profesar los dogmas del regionalismo crítico para repasar los abecedarios del clima en unas casas que al cabo deben albergarnos en todas las estaciones.

Iván Bravo/Martín Rojas, Casa Humo, Futrono (Chile)


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