Peter Sloterdijk tiró de metáfora para dar cuenta de nuestros tiempos —«Vivimos en burbujas», dijo—, y su declaración posmoderna e inquietante no ha dejado de ratificarse, si bien de maneras poco previsibles. ¿Cuáles serían las burbujas contemporáneas?

La primera y más apremiante sería la burbuja de la covid-19, que se hinchó de una manera todavía no aclarada en Wuhan para acabar acogiendo en su seno a todo el planeta, quebrando por el camino nuestras certezas políticas, económicas, sociales y también urbanísticas. Se trata de una burbuja peculiar, por cuanto se reproduce a diferentes escalas para abarcar todos los escenarios de la vida, desde la respiración filtrada por la mascarilla hasta las ciudades, territorios y naciones confinados con mayor o menor eficacia.

Esta burbuja convive con otra más amplia y pertinaz, la del cambio climático, que, a diferencia de la anterior, apunta a perspectivas a largo plazo y compromisos amplísimos que desbordan el nacionalismo y el localismo con que se están combatiendo la covid-19. La de la pandemia y la del cambio climático son burbujas complementarias, pero también contradictorias.

La tercera burbuja es menos evidente que las anteriores, pero está mucho más extendida y, sobre todo, resulta más opaca. Es la burbuja de la desinformación, que destruye ese tipo de certezas técnicas, políticas e ideológicas con las que, entre otras cosas, podrían combatirse la pandemia y el cambio climático. ¿Qué ocurrirá cuando las tres burbujas estallen? 


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