Todo lo que era sólido se disuelve en el aire: la sentencia de Marx vale también para el mercado inmobiliario de la España en crisis. Antaño el empleado confiaba en jubilarse en la empresa que le contrataba por primera vez, después de pasar su vida laboral acaso en el mismo edificio. Hoy, si la fortuna le regala un trabajo, el asalariado se mueve en el mejor de los casos por empresas que cambian de nombre con tanta facilidad como lo hacen de sede.
Que personas y construcciones fluctúan tanto como el propio capital lo ponen de manifiesto dos casos emblemáticos en Barcelona y Madrid. Poco después de que el Grupo Agbar llegase a un acuerdo para vender la icónica torre diseñada por Jean Nouvel a la compañía hotelera Hyatt, Bankia alquilaba a la petrolera Cepsa la torre Foster, que con sus 250 metros es el rascacielos más alto de España. Con todo, ambos ejemplos responden a situaciones diferentes. Mientras que el cambio de propietario de la torre Agbar supondrá también un cambio de uso —de oficinas a hotel de lujo— que es coherente con la transformación de la propia Barcelona en un foco que convoca tanto a viajeros de negocios como a turistas de alto poder adquisitivo, el alquiler de la torre Foster responde a las dificultades de dar un uso viable a los más de 400.000 metros cuadrados de oficinas resultantes de la construcción de las Cuatro Torres, así como a los problemas de Bankia en su gestión de un edificio que adquirió de manos de Repsol al socaire de la burbuja inmobiliaria y que ahora, tras el rescate de la entidad, espera tiempos mejores.