La piedra representa la construcción al límite: al límite del tiempo, porque su inercia tenaz habla a la vez de su origen remoto y su voluntad de permanencia, en cuanto su firmeza resistente es emblema de solidez intemporal; al límite de la técnica, porque su variedad extrema de acuerdos y aparejos corre paralela a su talón de Aquiles tensional, al ser su incapacidad de resistir tracciones el motivo mecánico de su uso en volumen; y al límite del tacto, porque la percepción de sus texturas remite al roce de la superficie con la piel, por más que la mirada se detenga en el atractivo aéreo del brillo o el color. Tiempo, técnica y tacto se amalgaman en el taller, que extrae de los materiales pétreos persistencia testaruda, utilidad adecuada y belleza común.

Apenas natural ya en su forma primitiva, la piedra contemporánea es en todo un artificio, producto de una industria tan desarrollada en sus mecanismos de extracción y manipulado como compleja en sus procesos de comercialización y gestión financiera: mármoles, granitos y pizarras recorren el globo enredados en una madeja de sistemas de transporte y flujos monetarios que llevan el material de la cantera a la obra ignorando los sistemas de proximidad que en el pasado otorgaban homogeneidad constructiva, funcional y visual a los paisajes modelados por la acción humana. Y, sin embargo, pese a ser enteramente artificial en su condición actual, la piedra sigue conservando la seducción singular de su origen último en el vientre de la naturaleza.

El azar necesario de la geología ofrece una conexión matriz con la mística de la piedra fundamental que sostiene sobre sus hombros de Atlas la continuidad imprescindible en un mundo contingente, pero también con la relación infinita de rocas ígneas, sedimentarias o metamórficas que despliegan su variedad mecánica y estética en una miríada de localizaciones y yacimientos, multiplicando su magia mineral con los más diferentes agregados, fracturas y meteorizaciones. Materia esencial sobre la que levantamos edificios e instituciones, y materia accidental de cuya heterogeneidad ilimitada se nutre su atractivo, la piedra extiende su amplio arco de significado desde la radicalidad desnuda y metafísica hasta el follaje de la diversidad pintoresca.

Severa y lacónica como piedra angular, o necesaria y exacta como clave de bóveda, la piedra puede asimismo abandonar su gravitas para descomponerse en un caleidoscopio de manifestaciones livianas, sean delgadas placas de fachada, lajas exfoliadas de cubierta o láminas translúcidas de cerramiento: elementos donde la ligereza connota versatilidad técnica, libertad de elección y pluralidad expresiva. Es otra forma de entender el viaje hacia los límites, en un itinerario que sustituye la exploración de la materia como una excavación interminable por una expansión continuamente renovada que escombra el espacio con la multitud pragmática del gusto individual: entre esa implosión esencial y esa explosión plural late el pulso de la piedra viva.


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