La modernidad y la piedra han vivido un matrimonio difícil. En 1956, Alejandro de la Sota ganó el concurso del Gobierno Civil de Tarragona —ciudad cuyas ordenanzas, acaso en sintonía con sus restos romanos, exigían el acabado pétreo de las fachadas— y se sintió obligado a consultar a Josep Lluís Sert sobre la legitimidad del uso del mármol en una obra representativa, recibiendo del maestro catalán licencia intelectual para emplear un material ‘noble’ que la mayor parte de los arquitectos modernos entonces rechazaba. Medio siglo después, Terence Riley recorría España visitando obras recientes con destino a la exposición de 2006 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y constataba la proliferación de geometrías abstractas con revestimientos pétreos, en contraste con la ortodoxia moderna del hormigón, el vidrio y el acero, certificando así la aceptación de la piedra en la contemporánea paleta de materiales. Hoy, ningún arquitecto experimentaría las dudas de Sota ante el mármol del Gobierno Civil... [+]