Opinión 

Obras singulares


No hay obra singular que no sea plural. Son singulares por lo peculiar de sus emplazamientos, frecuentemente excepcionales por su carácter histórico o su visibilidad paisajística; por lo notorio de sus usos y programas, lo que habitualmente conlleva dotaciones presupuestarias extraordinarias y alardes técnicos inesperados; y por lo específico de sus demandas simbólicas, que generalmente conducen a la búsqueda de la originalidad formal y a la exacerbación del lenguaje individual. Pero estas obras singulares son muy plurales. Son plurales por su centralidad geográfica o emblemática, que las sitúa bajo la atención de colectivos sociales muy amplios; por su complejidad técnica y organizativa, lo que inevitablemente implica la intervención coral de un número importante de especialistas; y por la inserción de sus formas inconfundibles en el confuso barullo de lenguajes en pugna, que abarrota con su profusión de propuestas un panorama abigarrado de signos donde es difícil distinguir las voces de los ecos.

Estas obras singulares tan plurales son la alta competición de la arquitectura. Lo exigente de sus demandas, la generosidad de sus recursos y la visibilidad de sus resultados hacen de ellas una pista de pruebas y un escaparate de innovaciones. En ocasiones se reprocha el carácter extremo de sus soluciones técnicas o formales, que obstaculiza su difusión pedagógica; pero sin esa exploración exigente no podrían alumbrar las ideas y métodos que acaban trasladándose a la práctica habitual. Otras veces se deplora la condición narcisista de la autoría individual; pero el autor nominal es apenas la fracción visible de un iceberg sumergido de talento, y la obra el producto de una exigente coreografía colectiva. Y con frecuencia se censura la naturaleza espectacular de esta arquitectura de alta costura, a la que se atribuye una afición desmedida por los focos y las pasarelas, sin comprender que esta exhibición permanente es inseparable de la novedad de sus logros y de la fecundidad de su influencia.

Edificios desde luego, pero también acontecimientos, las obras singulares reclaman la atención desde su inicio. Polémicas ya cuando todavía están en el tablero, y más fértilmente discutidas si su proyecto se impuso a otros en concurso, algunas de estas construcciones conservan alta la temperatura crítica hasta que la obra se remata, y el edificio se somete al juicio inapelable del uso y la visita. Durante este proceso prolongado y lento, hay momentos infelices en que la promesa de la obra se desdibuja y emborrona; pero hay otros, quizá más numerosos, en que los hallazgos se presentan bajo una luz insólita, y la obra adquiere una condición emocionante y ejemplar que no siempre se conserva lozana hasta su término. Estos momentos singulares forman parte también de esta arquitectura plural, y el esforzarse en recogerlos constituye un empeño testarudo y acaso estéril. Sin embargo, a Sísifo nadie le encomendó que hiciera de aguador con una cesta. 


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