Opinión 

Narciso sin espejo


Modificaría un poco esta habitación. Hundiría la verdadera alcoba hasta allí, al fondo... Me permitiría el lujo de la presencia de toda clase de cachivaches íntimos, de significantes secretos... La celda o la chapelle al borde del mundo de población compacta, pero, sobre todo, un alveolo de tiempo de medida personal y un vaso para la memoria.

Carlos Barral

Existe una cultura venial de narcisismo. Ignorante de espejos, este rumor de fondo reconoce su piel en el temblor extremo de los dedos. Atento a todo aquello que evita la mirada, explora la memoria con el tacto.

Junto a este narcisismo de la historia interior proliferan narcisos del ojo riguroso: posmodernos asomados a un retrovisor de estilo, constructivistas redivivos que se miran en un espejo roto de melodrama B. Figuras de interior, patéticas y amables, librando escaramuzas con el tiempo y el hastío.

La clausura del mundo invita a la aventura del viaje ensimismado. No hay territorio que ofrezca certidumbre menor. Si hay fronteras aún, son todas interiores. Si todavía hay riesgos de trayecto, se emboscan en las frondas del lugar cotidiano. Si existe la aventura, es íntima y trivial.

Penetrar en la casa es penetrar en el cuerpo, en el alma. Chrissie Hynde lo canta en el Himno a ella:

«Let me inside you 

into your room 

I’ve heard it’s lined 

with the things you don’t show.»

Déjame entrar en tu cuarto y en ti. En ese umbral atroz y delicado se frena la pesquisa. No hay violación mayor que la domiciliaria.

Un espacio privado. ¿Privado de qué?, pregunta la retórica radical. ¿Retal distraído del vasto territorio de lo público, o burbuja de intimidad construida con esfuerzo? ¿Privado del control público o expresión de la voluntad individual? Nadie sabe aún si el lugar privado es un residuo o un proyecto.

Poso o fermento, el espacio privado alberga las culturas del último narcisismo. Coriáceo defensor de la almendra tierna de la intimidad, el nuevo narciso interviene en el drama social desde la fortaleza secreta de su casa interior. Por más que la paradoja parezca fatigosa, es posible que la esperanza pública de estos tiempos resida al fin y al cabo en la solidez privada de tantos narcisos sin espejo como habitan en lugares extremos.


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