Opinión  Actualidad 

Reformadores sanitarios

Doctor Pathak y profesor Kira

Opinión  Actualidad 

Reformadores sanitarios

Doctor Pathak y profesor Kira

Luis Fernández-Galiano 
01/10/2023


El cuarto de baño merece ser revisado. Recordamos rutinariamente a inventores como Elisha Otis o Willis Carrier, porque el ascensor o el aire acondicionado transformaron la arquitectura, y homenajeamos ritualmente a las mujeres que, como Margarete Schütte-Lihotzky, crearon la cocina moderna, pero sabemos poco del pionero John Harrington, o de Alexander Cummings, o Joseph Bramah, que con el cierre hidráulico crearon a finales del siglo XVIII el inodoro que permitió instalar el retrete en la vivienda. La desaparición el 15 de agosto de Bindeshwar Pathak, reformador de los sanitarios en la India, permite llamar la atención sobre el gigantesco problema higiénico que supone la inexistencia de aseos dignos en una parte significativa del sur global, y anima a glosar los esfuerzos infructuosos de Alexander Kira para reformar la ergonomía de los cuartos de baño en el mundo desarrollado.

El doctor Pathak (1943-2023), un brahmán impresionado por la marginación de los intocables que limpiaban los innumerables pozos negros del país, fundó en 1970 la organización Sulabh Shauchalaya (‘Aseo accesible’) para popularizar el uso del retrete que había diseñado el año anterior, y que empleaba solo un litro de agua para su descarga; medio siglo después, The Economist calcula que en la India se han instalado 110 millones de inodoros con el diseño de Pathak, que han mejorado drásticamente tanto la higiene colectiva como la consideración social de las mujeres intocables que solían ocuparse de las letrinas, un sueño de Gandhi compartido por el primer ministro Narendra Modi, que apoyó a Pathak manifestando que los retretes podrían ser más importantes que los templos. Pero en un país que acaba de alunizar con éxito en el polo sur de nuestro satélite, todavía una quinta parte de la población hace sus necesidades al aire libre y —pese a haber sido prohibidos en 1993— subsisten 10 millones de pozos negros vaciados a mano, de manera que la reforma sanitaria tiene aún tareas pendientes.

El profesor Kira (1928-2005), por su parte, dedicó su carrera a la mejora ergonómica del cuarto de baño, tanto a través de su enseñanza en la Universidad de Cornell como mediante su libro The Bathroom, que tras su publicación en 1966 se convirtió en un clásico. Formado como arquitecto, sus diseños para para hacer más eficientes los aparatos sanitarios —la bañera, la ducha, el lavabo, el inodoro o el bidé— fueron tan celebrados como poco difundidos. Entendiendo que el cuarto de baño es algo más que fontanería y porcelana sanitaria convencional, quiso mejorar su adaptación a la anatomía y a la fisiología del cuerpo humano, además de la seguridad de uso, pero muchas de sus propuestas fracasaron ante la inercia testaruda de los hábitos: su empeño en reducir la altura del inodoro —sin llegar al extremo de la placa turca— para aproximar la postura del usuario al óptimo biológico no consiguió imponerse, y su defensa del bidé para la higiene perineal tampoco tuvo éxito, ya que el aparato, apenas difundido en el mundo anglosajón, está incluso en retirada en la Europa mediterránea donde vio la luz.

Estos reformadores se inscriben en una historia que ha sido documentada en diferentes ocasiones, desde la amena obra primera de Lawrence Wright (Clean and Decent, 1960) o la irrupción de la más ideológica nouvelle histoire francesa con Dominique Laporte (Histoire de la merde, 1978), Georges Vigarello (Le propre et le sale. L’hygiène du corps depuis le Moyen Âge, 1985) y Roger-Henri Guerrand (Les lieux. Histoire des commodités, 1985) hasta el pragmatismo americano del MIT con Ellen Lupton y J. Abbott Miller (The Bathroom, the Kitchen and the Aesthetics of Waste, 1992) o del CCA con Annmarie Adams y Rosemary Haddad (Corpus Sanum in Domo Sano. The Architecture of the Domestic Sanitation Movement, 1992). El tema ha tenido su coffee table con Françoise de Bonneville (Le livre du bain, 1997) y empresas como Bellavista o Roca han financiado retrospectivas históricas como la de Justo García Navarro y Eduardo de la Peña Pareja (El cuarto de baño en la vivienda urbana, 1998), pero este taquigráfico recuento no puede olvidar a los escritores, desde el clásico El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki, una obra de 1933 que es un compendio de la estética japonesa, hasta las obras más recientes de Peter Handke (Versuch über den Stillen Ort, 2012), un ensayo ensimismado sobre ‘el lugar silencioso’ que recorre los retretes de su biografía evocando a Tanizaki, cuya traducción española se reseñó en Arquitectura Viva 187, o de Manuel Hidalgo (El lugar de uno mismo, 2017), un conjunto de bosquejos sobre el cuarto de baño que reúnen la sociología, la historia y la memoria.

Y en sintonía con el espíritu reformista de Pathak o Kira, la obra combativa de Lezlie Lowe (No Place to Go. How Public Toilets Fail our Private Needs, 2018) es una denuncia vibrante de la desigualdad de acceso a los aseos públicos de las mujeres y los niños o de las personas sin techo y con discapacidad. Pero cuando hasta un golfista como Jon Rahm reclama un aseo portátil en cada hoyo, advertimos que esta necesidad biológica no está bien atendida ni en los ámbitos más exclusivos, que el cuarto de baño merece más atención política y cultural de la que habitualmente recibe, y que reformadores como los aquí mencionados deben ser objeto de reconocimiento por los arquitectos y por la sociedad.

Todo ello sin ignorar, por supuesto, las grandes infraestructuras sanitarias que hacen posible la salubridad urbana. Norman Foster ha expresado en varias ocasiones su admiración por Joseph Bazalgette, el gran ingeniero victoriano que en el sigloXIX construyó la red de saneamiento de Londres, evitando así los reiterados brotes epidemiológicos, en continuidad, por cierto, con la tradición del tratadista neoclásico Francesco Milizia, que en el siglo XVIII hallaba la mayor belleza arquitectónica en la funcionalidad higiénica de la Cloaca Máxima romana: una obra precisa y necesaria que no escapó al buril de Piranesi, como en el siglo XX las alcantarillas de Viena permitieron a Orson Welles rodar El tercer hombre en su interior exacto, sonoro y cavernoso. Atendamos pues a los retretes, pero atendamos no menos a las cloacas.[+]


Etiquetas incluidas: