Este mes de enero AV/Arquitectura Viva cumple 35 años, y yo 70, así que puedo decir sin hipérbole que le he dedicado media vida. No es sin embargo esta pequeña organización la que cuenta con una presencia mía más larga, porque al cruzar la frontera de la jubilación obligatoria dejo una universidad en la que he sido profesor durante 52 años. En 1968 comencé mis estudios de arquitectura en la Politécnica madrileña, pero al mismo tiempo me contrataron como Encargado de Curso en la Complutense para enseñar inglés —única disciplina que no requería titulación universitaria— a dos grupos de postgraduados, uno de astrónomos y otro de botánicos, con los que continué hasta incorporarme como profesor a la ETSAM, de manera que he dedicado más de medio siglo a la docencia universitaria. Y no muy diferente ha sido mi trayecto en la comunicación, porque si no comencé a escribir regularmente en revistas y periódicos hasta mediados de los 70, mi primer artículo se publicó en 1967 en el diario Lucha de Teruel.

Llegando inevitablemente a las últimas etapas del camino, quizá no es inapropiado volver la cabeza para ver con perspectiva lo que queda atrás. Los años 70 fueron radicales en España, con las esperanzas suscitadas por el final de la dictadura, y fuera de ella con los ecos de la gran convulsión del 68; los 80, sin embargo, traerían la contrarrevolución conservadora de Thatcher y Reagan, y las arquitecturas amables de la que definimos como ‘década rosa’; la siguiente, a falta de mejor denominación, acabó descrita en la revista como la ‘década digital’, y no cabe duda de que la tecnología transformaría nuestras vidas durante estos compases finales del siglo XX; la primera década del XXI ha tenido muchos nombres, pero ‘inmobiliaria’ o ‘burbuja’ parecen adecuados para una etapa en la que el 11-S no supuso la detención del crecimiento metropolitano o de la arquitectura icónica; más difícil es calificar la que ahora cerramos, marcada por el impacto de la crisis financiera de 2008 y la generalización del descontento.

Clausurando una década diversamente llamada populista o identitaria, nos adentramos en una terra ignota recorrida por los temores milenaristas de la emergencia climática, por el auge del autoritarismo demagógico y por la transformación de la geopolítica y de la vida cotidiana con el surgimiento caudaloso de la inteligencia artificial y de la biotecnología. No es seguro que la mirada retrospectiva nos ilumine sobre el futuro que se precipita sobre nosotros, porque si la historia no ha sido nunca magistra vitae, la actual aceleración de los cambios técnicos y sociales sólo produce vértigo. Pero la resiliencia de los seres humanos, y la tenacidad de sus estructuras materiales y simbólicas invitan a la esperanza, por más que no puedan proyectar luz alguna sobre el porvenir. Sabemos que la única constante es el cambio, y a él nos iremos adaptando, agudamente conscientes de que estamos arrojados a la corriente impetuosa del tiempo, pero persuadidos también de que seremos capaces de navegar en ese mar incierto.


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